1995 fue el año del estreno del primer largometraje en la historia del cine totalmente realizado con imágenes creadas por computador.
“Toy Story” nos contó la historia de “Buzz Lightyear”, un guardián espacial de la Alianza Intergaláctica, comandante de tropa en el Cuadrante Gamma. Buzz acababa de despertar en un extraño mundo, había perdido el contacto con el Comando Estelar y descubrió que su nave había sido gravemente averiada por el impacto que debió haberlo despertado del hiper-sueño.
Las criaturas que habitaban el planeta parecían ser amistosas, con la excepción del sheriff local que era bastante quisquilloso. Al poco tiempo, Buzz logró ganar la confianza de los nativos, hasta el punto de reclutar a algunos de ellos en las tareas de reparación de su nave.
Pero había algo misterioso en todo aquello. ¿Un caso de alucinación colectiva? Todos estaban convencidos de que eran los juguetes de un ente superior al que llamaban “Andy”.
Además, el vaquero no paraba de insistir en su absurda teoría de que Buzz también era un juguete.
El nombre de “Buzz Lightyear” fue un homenaje de los productores de la película a un hombre llamado Buzz Aldrin. Aunque los medios especializados han estado recientemente agitados alrededor de este Buzz de carne y hueso (especialmente en los últimos días), para muchos de nosotros es todavía un desconocido.
Tal vez debamos aclarar que Aldrin fue el compañero de viaje de Neil Armstrong.
Bueno, Armstrong es un apellido que a la mayor parte de la gente le recuerda a un
famoso ciclista que le ganó la batalla al cáncer en la década de los 90s. Para los mayores, Armstrong tal vez les recuerde a un trompetista y cantante de jazz que algún día los hizo soñar con
un mundo maravilloso. Para otros, como para mí, este apellido está ligado a una de las frases más famosas de la historia del siglo veinte y quizás la única que se recordará mil años en el futuro:
“Un pequeño paso para el hombre, un salto gigante para la humanidad.”Según la práctica estándar de la NASA, Neil Armstrong no habría sido el primer hombre en pisar la superficie de la Luna.
Buzz Aldrin, como piloto del módulo lunar, debería haber sido el primero en salir. Sin embargo, según el biógrafo de Armstrong, los jefes en la NASA consideraron que el primer hombre en la Luna tendría que soportar el peso de la fama por toda su vida y, por lo tanto, se decidieron por el miembro más reservado del equipo.
Buzz Aldrin fue el segundo hombre en caminar sobre la Luna, veinte minutos después de Neil Armstrong.
En
mayo 25 de 1961 el entonces presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, había planteado en una sesión al Congreso una meta grande y ambiciosa para su país: "En primer lugar, creo que esta nación debería comprometerse en lograr la meta, antes de terminar esta década, de llevar a un hombre a la Luna y traerlo a salvo de regreso a la tierra. Ningún otro proyecto espacial de esta época será más inspirador para la humanidad o más importante para la exploración a largo plazo del espacio.”
Era un asunto de orgullo nacional. Los rusos les llevaban la delantera en la carrera espacial. El 12 de abril de ese mismo año, Yuri Gagarín se había convertido en la primera persona en llegar al espacio y el primer artefacto en llegar a la Luna fue el Lunik 2, una sonda soviética que chocó con su superficie en septiembre 14 de 1959 – me pregunto si habrá tanta recordación de este 50 aniversario como del 40 aniversario que se cumple este próximo lunes.
Armstrong y Aldrin llevaron a su país a vencer este gran reto el 20 de julio de 1969. Después de esas dos horas y media de gloria, Buzz Aldrin regresó de la Luna. De la NASA regresó a la fuerza aérea norteamericana como comandante de una escuela de pilotos de pruebas, pero renunció en 1972. Fue entonces cuando comenzó a beber.
La parte más difícil de la misión a la Luna no fue lo que sucedió durante el viaje sino lo que aconteció después de que llegamos a casa. Sin una nueva misión para la cual entrenarnos, me sentí perdido y sin propósito. Mi vida personal estuvo marcada por una profunda depresión y estaba borracho todo el tiempo. Nada de lo que hacía parecía tener sentido o motivación para mí.
Buzz Aldrin, “Commentary: Let´s aim for Mars”, CNN, junio 23 de 2009
Su matrimonio se acabó por causa de un affaire. Terminó como vendedor de Cadillacs en Beverly Hills, un muy mal vendedor según sus propias palabras. Se casó nuevamente, pero aquello no duró mucho.
En “Toy Story”, Buzz Lightyear también se derrumbó.
Un comercial de televisión lo obligó a enfrentar la verdad. El vaquero tenía razón: Buzz no era un guardia espacial, el gran héroe destinado a salvar a la galaxia del malvado Zorg. Era un simple juguete, regalado de cumpleaños a un niño. Su arma láser no era más que una lucecita de LED y su intercomunicador un adhesivo impreso.
Un simple juguete, “Made in Taiwán”.
En un último intento de demostrarse a sí mismo que al menos podía volar, desplegó sus alas y se lanzó “al infinito y más allá”.
Buzz cayó a tierra, vencido.
Cuando Buzz Lightyear comprendió finalmente su realidad, se sumió en una profunda depresión y se entregó a su triste destino. Ahora era uno más en un juego de muñecas, vestido con delantal rosado de corazones y sombrerito. “Un minuto estás defendiendo toda la galaxia y de repente te encuentras sorbiendo Darjeeling con María Antonieta y su hermanita [un par de muñecas decapitadas]”
Después de Armstrong y Aldrin, otros diez estadounidenses caminaron sobre la superficie de la Luna. Eugene Cernan, comandante de la misión Apolo XVII, fue el último de ellos en diciembre de 1972. Desde ese año ningún ser humano se ha aventurado más allá de la órbita terrestre.
Por su parte, los rusos tuvieron su última misión a la Luna en 1976, el Lunik 24, el final de una larga generación de sondas no tripuladas.
Y después de 1976, nada.
Apenas en 1990, catorce años después, los japoneses pusieron la sonda Hagaromo en órbita alrededor de la Luna. Pero sólo fue hasta 1999 que una nave de origen terrestre volvió a impactar en nuestro satélite (impactar, ni siquiera aterrizar), el Lunar Prospector de los Estados Unidos.
Resulta sorprendente que se haya dado un hiato de tal duración a finales del siglo XX, en una época en la que los avances tecnológicos en todas las áreas del conocimiento estaban siendo cada vez más acelerados. La computadora que llevó a Aldrin y a Armstrong a la Luna tenía menos capacidad de cómputo que un teléfono celular de nuestros días.
Un ejemplo: La Internet transmitió su primer mensaje en octubre 29 de 1969. Así que este año también estaremos celebrando los 40 años del ciberespacio. Es bastante lo que hemos avanzado en ese tiempo en la colonización de ese nuevo mundo hecho de pixeles y electrones. Se estima que para el pasado mes de enero había mil quinientos millones de usuarios en la red.
La conquista de la Luna ha estado por décadas detenida en el tiempo. De no haber sido así, ya tendríamos ciudades en el satélite, si no de millones, sí de cientos de miles de habitantes. Al menos ese es el tipo de estimaciones que se suelen encontrar en la literatura de anticipación previa a la “era espacial” ¡Es que son 40 años!
La trama de la novela “El Fin de la Eternidad”, 1955, de Isaac Asimov gravita alrededor de una idea relacionada: “La Eternidad” es una organización que existe fuera del flujo del tiempo. Los “Eternos” son reclutados de diferentes eras de la historia humana (partir del siglo veintisiete) y viajan a través de los siglos hacia atrás y hacia delante, calculando y ejecutando alteraciones estratégicas (los “Cambios de Realidad”) en el mundo temporal para evitar guerras y otras catástrofes y así minimizar el sufrimiento total en la historia futura de la humanidad.
Como consecuencia, la naturaleza de las sociedades humanas es relativamente estable a lo largo de los siglos pero, como efecto secundario, los intentos encaminados a la exploración espacial son eliminados de forma sistemática.
Sin embargo, “La Eternidad” tiene un límite. Existe una barrera infranqueable para los “Eternos” más allá del siglo ciento once mil y tantos. Los hombres de ese futuro distante poseen tecnologías infinitamente superiores y pueden observar las diferentes realidades alternativas y calcular sus distintas probabilidades. La realidad que habitan tiene, para su sorpresa, una probabilidad insignificante. También han logrado observar el futuro aún más lejano, cuando la humanidad finalmente alcanza las estrellas:
...El Hombre trató de abandonar la Tierra. Desgraciadamente, no estaba solo en la Galaxia. Hay otras estrellas y otros planetas. Existen otras razas inteligentes. Ninguna, por lo menos en esta Galaxia, es tan antigua como la Humanidad, pero durante los ciento veinticinco mil siglos que el Hombre permaneció en la Tierra otras inteligencias más jóvenes nos alcanzaron dejándonos atrás, descubrieron el viaje interestelar y colonizaron la Galaxia. Cuando nos adentramos en el espacio, todo estaba ocupado. Todas las estrellas nos rechazaron. Prohibido el paso. No molesten. Propiedad particular. La Humanidad tuvo que retirar sus naves exploradoras y quedarse en su casa. Pero entonces comprendió que la Tierra no era más que una prisión en medio de una libertad infinita... ¡Y la Humanidad languideció hasta morir!
Isaac Asimov, “El Fin de la Eternidad”, 1955, traducción de Fritz Segenspeck
La gente del siglo ciento once mil y tantos llega a la conclusión de que la culpable de este lamentable destino es “La Eternidad” y tienen un ingenioso plan para destruirla.
Si detrás de estos 40 años de estasis en la conquista de la Luna se encuentra una versión a escala de “La Eternidad”, definitivamente sus Eternos han hecho un pésimo trabajo en su esfuerzo de minimizar el sufrimiento total de la humanidad. Sólo basta con leer los periódicos o mirar los noticieros para comprobarlo.
Taylor Dinerman, periodista de Nueva York y colaborador de “The Space Review” atribuye el problema a una confluencia de factores políticos y económicos. Hoy la NASA cuenta con un presupuesto apenas superior a la mitad del uno por ciento del presupuesto federal de los Estados Unidos, mientras que durante los años 60s, se le destinó casi un tres por ciento.
Sin embargo, parece que ya nos estamos reponiendo de esta depresión cósmica. Si todo resulta como se ha planeado, y si se cumplen las expectativas presupuestales, los Estados Unidos pondrán nuevamente un hombre en la Luna en 2020 para posteriormente crear allí una base permanente. Después del desastre del Columbia en febrero de 2003, la administración de George W. Bush permitió a la NASA definir una “Visión para la Exploración del Espacio” que debía ser a la vez “sostenible y económica”. El proyecto “Constellation” con sus naves “Orión” ha sido votado favorablemente en dos ocasiones por las mayorías de los dos partidos en el Congreso. Sin embargo, la administración Obama lo está analizando nuevamente, al igual que el Congreso y un
Comité recientemente creado para tal fin.
Pero el terreno
no está reservado a los americanos: Durante el presente siglo, India, Japón y China se han agregado a la lista de países que han logrado impactar contra la superficie de la Luna, después de la Agencia Espacial Europea, que lo hizo con la sonda Smart-1 en septiembre de 2006.
Recientemente, los rusos han propuesto un vuelo turístico para circunnavegar la Luna (sin aterrizar), con una tarifa de cien millones de dólares por pasajero, y China planea llevar un taikonauta a la superficie de la Luna antes del 2030 (si la nave es china se llaman taikonautas; si es rusa, cosmonautas; y si es estadounidense, astronautas).
Pero es posible que la conquista de la Luna se realice por iniciativa privada. Varias firmas están dando los primeros pasos para llevar personas y carga de la superficie de la tierra a la de la Luna.
Por su parte, Buzz Lightyear logró sobreponerse a su depresión cuando su nuevo amigo Woody logró convencerlo de que ser un juguete era más importante que ser un Guardián Espacial. Tanto es así que las baterías le han alcanzado para una secuela,
“Toy Story 2”, en 1999, e incluso para
“Toy Story 3”, a estrenarse en junio de 2010.
Después de una década cuesta abajo, Buzz Aldrin encontró el apoyo que necesitaba en Alcohólicos Anónimos y en una mujer, Lois Driggs Cannon. Ella le ayudó a salir de su depresión y a encontrar su nuevo rol en la conquista del espacio – pero esta vez desde la tierra. A sus 79 años es un hombre vital que luce con orgullo su insignia del Apolo XI.
Con Neil Armstrong alejado del mundo en una granja de Ohio, Buzz se ha convertido en el símbolo inspirador para las nuevas generaciones que sueñan con el espacio.
Buzz considera que la humanidad debe regresar a la luna, pero como un escalón para continuar hacia
la colonización de Marte, inicialmente sus lunas y luego su superficie. Reenfocar el programa espacial hacia el planeta rojo restaurará esa sensación de asombro y aventura asociada a la exploración espacial que se tuvo en el verano de 1969.
Sus esfuerzos se concentran en los más jóvenes, escribe libros para niños, hace poco grabó un
tema de rap con Snoop Dog y Talib Kwelly llamado “Rocket Experience”, e incluso es usuario activo de
Twitter.
Coincidiendo con el aniversario de ese día memorable, este mes está lanzando su libro
“Magnificent Desolation” cuyo título es tomado de sus primeras palabras en el suelo lunar.
El paso del tiempo no ha desvanecido ni la memoria de aquel verano ni la importancia de lo que logramos, pues nuestra misión se trataba de mucho más que la sola exploración de la Luna.
Por más de dos horas, exploramos la superficie polvorienta de la Luna. Era fácil apreciar que el planeta en que habíamos aterrizado era muy diferente a nuestra propia casa. El horizonte se curvaba visiblemente en la distancia, un signo de que el paisaje era mucho más pequeño en la Luna.
Cuando mi bota chocó con el suelo lunar, el polvo voló en línea recta, un signo de una fuerza de gravedad un sexto de la de la tierra. Cuando miré a mi alrededor al paisaje agreste, era una desolación magnífica.
Un inhóspito mundo nos recibía en un silencio espeluznante, hostil a nuestra presencia y a todos los visitantes de la tierra.
Al día siguiente despegamos, nos reunimos con Mike Collins, quien permaneció en órbita solo en nuestra nave nodriza, el Columbia, y nos dirigimos a casa a un recibimiento de héroes.
La bienvenida nos llevó alrededor del mundo en desfiles, banquetes y saludos de millones. Yo estaba asombrado de que tantos habían seguido cada etapa de nuestro vuelo desde el principio hasta el fin, casi como si hubiesen hecho parte de la aventura. Ese espíritu, el de un mundo unido en celebración de un logro científico de paz, fue tal vez nuestro mayor legado.
Más que simplemente explorar un nuevo mundo hostil, el Apolo XI se trataba de una visión atrevida y un gran riesgo, de los obstáculos que una gran nación podría vencer con dedicación, coraje y trabajo en equipo. Se trataba de escoger una meta que excedía nuestro alcance –y luego atravesar la historia para hacerla realidad.
Buzz Aldrin, “Commentary: Let´s aim for Mars”, CNN, junio 23 de 2009
La prosa de Aldrin tiene rojo, blanco y azul escrito por todas partes, a mi criterio tiene el éxito comercial asegurado. Al menos, en los Estados Unidos de América.