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viernes, 10 de abril de 2009

El océano, un universo inexplorado (2)

Regresamos a las profundidades del océano, donde la presión puede alcanzar hasta ocho toneladas por pulgada cuadrada y la temperatura es siempre cercana a los cero grados centígrados. La luz del sol no alcanza a atravesar los kilómetros de agua. La oscuridad es absoluta.

Antes de 1977 creíamos que no podría existir vida en estas condiciones extremas. Sin luz solar no hay fotosíntesis y sin fotosíntesis no se puede sustentar un ecosistema. Ese año, el doctor Robert Ballard lideró el equipo que realizó un revolucionario descubrimiento en la falla de las islas Galápagos. A 2500 metros de profundidad, en las aguas caldeadas por termales submarinos, habitaba una multitud de formas de vida, diferentes a todo lo que conocíamos hasta entonces. Enormes gusanos de tubo rojos, almejas gigantes, mejillones y frágiles cangrejos sobrevivían sin esfuerzo las altas temperaturas de las aguas sulfurosas.

Era un ecosistema que no estaba sustentado en la fotosíntesis. El interior de las almejas y mejillones estaba casi completamente ocupado por colonias de bacterias, que sintetizaban su alimento mediante la quimiosíntesis, un proceso que utiliza el calor de los termales en lugar de la luz del sol. Este descubrimiento tiene enormes implicaciones sobre la posibilidad de encontrar vida en otros planetas.

Robert Ballard está haciendo hoy con la exploración del océano algo similar a lo que hizo Carl Sagan en los 80s con la exploración del espacio exterior. En 1989 fundó el proyecto JASON para llevar las maravillas de la tierra, el aire y el mar a los salones de clase de todo el mundo. Más de 1.7 millones de estudiantes han participado en este programa, aprendiendo acerca de los fenómenos naturales y viendo transmisiones en vivo de los robots JASON mientras éstos exploran el mundo submarino, “la frontera final”, como él la llama parodiando a “Viaje a las Estrellas”. En el sitio TED (Technology, Entertainment, Design) puede disfrutarse una emotiva conferencia de Ballard sobre sus exploraciones, descubrimientos y proyectos.

Volvemos a encontrarnos acá con JASON, como nombre del proyecto y como nombre de los robots submarinos.

Aunque nuestro inconsciente colectivo con lo primero que asocia el nombre “JASON” es con una máscara de Hockey ensangrentada en un viernes 13, la verdad es que en esta ocasión el nombre tiene un origen más antiguo: Jasón, el héroe mitológico griego que estuvo al mando de los Argonautas.

El primer texto completo que se conoce sobre las aventuras de Jasón es el poema épico “Argonáutica”, escrito por Apolonio de Rodas a finales del siglo tercero antes de Cristo. A una versión cuatro siglos posterior del poeta romano Gaius Valerius Flaccus le debo la única frase completa que he aprendido en esa lengua:

Eran horum in Thessalia duo fratres quorum alter Aeson alter Pelias apelatus est.
De niño le escuché en varias ocasiones este trabalenguas mi papá, porque él sí fue de los que les tocó clase de latín en el colegio. Sólo hace pocos días, haciendo la investigación para este artículo, descubrí que se trataba del primer verso del poema épico de Jasón y los Argonautas.

Jasón fue el hijo de Aeson, el verdadero rey de Yolco, una antigua ciudad de Tesalia. Pelias le había usurpado el trono a su hermano Aeson y había destruido a toda su descendencia, excepto a Jasón, quien regresó años después a reclamar su derecho. “Para tomar mi trono” le dijo Pelias, “debes emprender un viaje y traer el Vellocino de Oro”. El Vellocino estaba custodiado en el bosque de Marte por un dragón que nunca duerme, y en una tierra separada de las demás por un mar lleno de peligros.

No es extraño, entonces, que en memoria de Jasón se hayan bautizado los ingenios submarinos de Ballard y también su proyecto de divulgación científica. Adicionalmente, los estudiantes y maestros que hacen parte del proyecto JASON reciben el título de “Argonautas”.

Ballard no es conocido sólo por sus investigaciones de la fauna y flora abisal. Su nombre está más asociado con la arqueología submarina.

Él fue quien descubrió los restos del Titanic en 1985.

El lujoso trasatlántico chocó un Iceberg cerca de la medianoche del 14 de abril de 1912, durante su viaje inaugural con destino a Nueva York. Tardó dos horas y cuarenta minutos en hundirse y por ello la fecha del naufragio es el 15 de abril. Aprovechando toda la experiencia acumulada de años de exploración submarina, Ballard y su equipo encontraron al Titanic a cuatro kilómetros de profundidad en el Atlántico Norte, el primero de septiembre de 1985 . Utilizaron en esa ocasión el equipo sumergible teledirigido ARGO (sí, como la nave de Jasón y los Argonautas: en griego “Argos” significa “veloz”).

Sólo hasta un año después se dieron las condiciones climáticas favorables para arriesgar una misión tripulada. Ballard y otras dos personas descendieron en el minisubmarino ALVIN (No, no encontré referencia alguna de este nombre a los antiguos griegos) propiedad de la armada de los Estados Unidos. El descenso les tomó 10 minutos menos que al Titanic.

Desde el interior de ALVIN, y también mediante un pequeño vehículo teledirigido llamado (por supuesto) JASON Junior, se realizó el detallado registro fotográfico del trasatlántico en ruinas. Muchas de las fotografías de la expedición han sido publicadas en la revista de la National Geographic, patrocinador mayoritario de la misión.

En diciembre de 1990, Arthur C. Clarke publicó su novela “The Ghost from the Grand Banks” (traducido como “El Espectro del Titanic” en la edición de Plaza & Janés de 2000). Si bien no es su obra más afortunada, esta historia está llena de esos detalles de la tecnología y vida cotidianas del futuro cercano que hacen que leer a Clarke sea un absoluto placer.

Teniendo como meta el 15 de abril de 2012, el centenario del hundimiento del insumergible Titanic, dos de las mayores corporaciones del mundo se disputan la carrera por traer a la superficie los dos pedazos del Titanic. Por una parte, la firma inglesa Parkinson introduciendo millones de diminutas esferas de vidrio en puntos estratégicos de la estructura y por la otra, el consorcio Craig-Nippon-Turner fabricando un iceberg gigantesco alrededor de la ruina del trasatlántico.

Robert Ballard es mencionado en la novela de Clarke, es colega de uno de los protagonistas, el doctor Jason Bradley (Sí, “Jason”) y es por su recomendación que Jason es llamado para ejercer un importante cargo en la International Seabed Authority. También hay una versión modernizada de la sonda robótica Jason Junior, con la capacidad de reconocer los comandos de la voz humana.

La novela también es memorable por ser una de las pocas que describe el fenómeno que en 1999 sería denominado “Y2K”. En su capítulo “The Century Syndrome” Edith Craig, una talentosa matemática y programadora de computadores, se hace famosa en las primeras horas del primero de enero de 2000, además de multimillonaria, por haber concebido y diseñado el “99 Phage”, un algoritmo que modifica automáticamente todos los registros de fecha en las bases de datos y programas existentes y es inoculado en los computadores por medio de un virus benigno.

Edith comparte con su pequeña hija Ada una obsesión por el conjunto Mandelbrot , hasta el punto de haber hecho construir en su casa de campo un lago con la forma del famoso fractal. Lamentablemente, el uso que hace Clarke de esta figura geométrica se limita a la fascinación de sus personajes con la complejidad de sus formas. Sus conocimientos en matemáticas fractales no son muy extensos y al parecer no tuvo buena asesoría. El matemático Fusun Akman hace una fuerte crítica al libro por sus imprecisiones en la definición del conjunto Mandelbrot y por haber pasado por alto sus implicaciones en algo llamado “Dinámica Compleja”.

Sin embargo, “The Ghost from the Grand Banks” nos deleita con los pequeños detalles sociales y tecnológicos que Clarke acostumbraba a incluir en sus textos para generar el ambiente de un futuro creíble. Hay un submarino turístico para visitar las obras del rescate del Titanic que ha sido diseñado y decorado con la estética victoriana del Nautilus de la película de Disney “20.000 Leguas de viaje submarino” (1954). Así mismo, hay referencias al uso generalizado de los computadores portátiles y los teléfonos celulares y a los grupos sociales de la Internet.

Inspirado en los tempranos avances tecnológicos de películas como “Who Framed Roger Rabbit?” (1988), plantea una aplicación de la manipulación digital de las películas para borrar toda aparición de cigarrillos y personas fumando en la historia del cine, pues esperaba una sociedad que hubiese avanzado al punto de considerarlos ofensivos y repugnantes.

No es el don de los escritores de ciencia ficción ser capaces de hacer una predicción exacta del futuro, por eso Clarke no podía imaginar que la humanidad estaría, durante los años en que transcurre su novela, más ocupada tratando de rescatar los restos de la economía mundial que los del Titanic.

Sin embargo, Arthur C. Clarke logra sorprendernos con la mención de la noticia verídica de una de las predicciones más espeluznantes de la historia:

En 1898, el autor norteamericano Morgan Robertson escribió la novela corta “Futility, or the Wreck of the Titan” (Inutilidad, o la Ruina del Titán), cuya primera parte narra la historia del trasatlántico “Titán”, que naufraga en el Atlántico Norte después de chocar con un Iceberg.

Sí, catorce años antes del hundimiento del Titanic.


El océano, un universo inexplorado (1)


Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía
William Shakespeare, Hamlet I, 1599-1601
En el cielo, en la tierra... y en el océano, tendríamos que añadir.

¿Quién habría imaginado peces con el cráneo de cristal? ¿O pececillos cuyos ojos utilizan espejos en lugar de lentes para enfocar su mirada?

Hay todo un universo inexplorado en los oscuros abismos del océano. Se estima que su profundidad promedio es de unos cuatro kilómetros, pero hay lugares como la Fosa de las Marianas en el Pacífico norte que alcanzan los once kilómetros de profundidad (para tener una referencia, el monte Everest cabría en esta fosa y en su cima estaríamos todavía a más de dos kilómetros por debajo de la superficie).

Más del 72% del área del planeta está bajo el agua, pero el fondo del océano es todavía en pleno siglo XXI un territorio desconocido. El Hombre ha levantado detallados mapas de Marte, e incluso es posible recorrerlo en una herramienta de Google, pero no existe un mapa completo del fondo del océano, acá en la Tierra. En realidad somos hoy tan ignorantes de vastas zonas del fondo oceánico como los cartógrafos que marcaban en la antigüedad algunas áreas de los mapas con la advertencia "HC SVNT DRACONES" (acá hay dragones).

La NOAA “National Oceanic and Atmospheric Administration”, cuya sigla ha sido más conocida por algunos de nosotros en relación con uno de los tantos modelos de predicción del fenómeno climático del Pacífico “El Niño”, tiene entre sus responsabilidades la exploración de los océanos. Su presupuesto es un modesto 0.06% del presupuesto asignado a la NASA.

Por suerte, los norteamericanos no están trabajando solos en la exploración submarina. Hace poco supimos que un grupo de científicos australianos y estadounidenses habían descubierto nuevas especies en la zona de fractura al sur de la isla de Tasmania, en Oceanía.

El submarino de control remoto “JASON”, del tamaño de un automóvil compacto, captó con su cámara de alta resolución una nueva especie de percebes con cuello de ganso, otra de anémonas decoradas con puntos púrpura y una ascidia carnívora con forma de embudo, entre los tres y cuatro kilómetros de profundidad.

Las ascidias son una clase de animal “sésil” (del vocablo latín para decir “sentarse”). Viven su etapa adulta anclados a una roca y normalmente se alimentan filtrando el agua que ingresa en su faringe, de manera similar a como lo hacen las ballenas jorobadas. La ascidia carnívora recién descubierta evolucionó a partir de este mecanismo y funciona como una planta atrapa-moscas (Venus fly traps), cerrándose violentamente sobre cualquier crustáceo que se atreva a rozarla.

¿Qué otras extrañas criaturas nos están aguardando en las profundidades?

La noticia trajo a mi memoria las imágenes de la película “El Abismo” (“The Abyss”, 1989) del director James Cameron. Un submarino americano ha encallado al borde de un abismo de ocho kilómetros en la fosa Cayman, después de chocar con un objeto no identificado. Durante el rescate, los protagonistas descubren que no estamos solos: NTIs (Non-terrestrial Intelligences) es el nombre que les dan a los seres abisales que encuentran.

Las imágenes son alucinantes, se trata de una especie de humanoides transparentes y bio-luminiscentes que habitan en las profundidades del océano y dominan tecnologías bastante más avanzada que las nuestras.

La película es también memorable por sus logros técnicos. La mayor parte de las escenas fueron filmadas en una gigantesca piscina habilitada dentro de la estructura de una planta nuclear en construcción, con equipos submarinos completamente funcionales; además, incluye una de las primeras escenas creíbles de animación digital tridimensional, en la que una columna ondulante de agua replica el rostro de la protagonista en un intento de comunicación.

Sin embargo, como en muchos ejemplos del cine, se perpetúa la concepción antropomorfista, según la cual los seres inteligentes deben tener un aspecto semejante al nuestro, con un par de brazos y de manos, dos piernas y una cabeza sobre los hombros.

Al respecto, la literatura ha sido un poco más abierta. En agosto de 1962, el escritor inglés de ciencia ficción Arthur C. Clarke publicó un cuento en el que un ingeniero de aguas profundas tiene un encuentro con calamares inteligentes, cuando debe aventurarse en la Fosa de las Marianas (a más de once kilómetros de profundidad), con un vehículo muy semejante a “JASON” para reparar una planta submarina de generación de electricidad a solicitud de los rusos.
Las luces de colores pulsaban y bailaban a lo largo de sus cuerpos, haciéndolos parecer vestidos con joyas que cambiaban su apariencia cada dos segundos. Había parches que brillaban en azul, como arcos de neón intermitentes, y en el instante siguiente eran de un rojo neón intenso. Los tentáculos parecían collares de cuentas luminosas, o las luces en una superautopista vista desde el cielo en la noche. Casi invisibles en este fondo luminoso estaban los enormes ojos, misteriosamente humanos e inteligentes. Cada uno enmarcado en una diadema de perlas brillantes.
...
Estaba a punto de llamar a la superficie cuando vi algo realmente increíble. Había estado frente a mis ojos todo el tiempo, pero no lo había notado hasta ahora.
Los calamares estaban conversando.
Esos patrones luminosos y evanescentes no iban y venían al azar. Tenían tanto significado, tuve de repente la certeza, como los avisos de Broadway o Piccadilly. Cada pocos segundos había una imagen que casi tenía sentido, pero se desvanecía antes que yo pudiera interpretarla. Sabia, por supuesto, que aún el pulpo común expresa sus emociones con rápidos cambios de color –pero esto era algo de un orden muy superior. Era comunicación verdadera: estaba frente a dos avisos luminosos vivientes, intercambiando mensajes entre ellos.
Arthur C. Clarke, “The Shining Ones”, 1962
El pasado 19 de marzo se cumplió el primer año de la muerte de Arthur C. Clarke, más reconocido por su colaboración en la película de 1968 “Odisea Espacial 2001” con Stanley Kubrik, considerada por muchos la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos. Clarke murió en Sri Lanka, país al que emigró en 1956 en buena parte por su pasión por el buceo, según él, la experiencia más cercana a la ingravidez del espacio exterior.

Es frecuente encontrar en la obra de Clarke referencias a la exploración del océano o, en general, historias ambientadas en el mar, con buzos o marinos como protagonistas. En 1961 escribió un cuento en el que una cápsula espacial rusa es rescatada por un grupo de buzos pescadores de madreperla. El nombre original del cuento es “Hate” (odio), ya que Tibor, el protagonista, encuentra en esta misión la oportunidad para vengar, en el cosmonauta encerrado en la cápsula, la muerte de su hermano durante la ocupación soviética de Budapest. Para ello, sólo tiene que asegurarse que el rescate se demore lo suficiente para que se agoten las reservas de oxígeno en la cápsula. Al final Tibor descubre la insensatez de su venganza, cuando es revelada la identidad del cosmonauta.

En la misma línea, Clarke comenta en el prólogo de “The Shining Ones” que el gran atrevimiento de su parte fue sugerir, allá en los 60s, que los rusos podrían ser seres humanos decentes. En contraposición, la película de Cameron, aunque fue estrenada en el año de la caída del muro de Berlín, conserva algunos de los paradigmas del cine de la guerra fría: las naves de los soviéticos están también detrás del submarino y sus intenciones son, por supuesto, nada buenas.

Obviamente la tensión entre rusos y americanos tenía una razón en la cinta. Esos seres submarinos, preocupados por la amenaza de una guerra nuclear entre los humanos, hacen a éstos una advertencia contundente: frente a todas las costas del planeta se levantan enormes paredes de agua que con seguridad las inundarán en un tsunami global a menos que se ponga fin a la escalada militar.

Muy en la línea del ultimátum de Klaatu en “El día en que la Tierra se Detuvo” (1951).