domingo, 7 de junio de 2009

¿De dónde vienen los bebés?


El 25 de julio de 2009 cumplirá 31 años de edad la inglesa Louise Joy Brown, su nombre y su rostro tal vez no nos digan mucho, pero es internacionalmente conocida como la primera “bebé probeta” del mundo. A lo largo de su vida han nacido más de un millón de niños concebidos mediante la fertilización in vitro. Lo que se consideraba antes de los años 70s un producto de la febril imaginación de los escritores de ciencia ficción es hoy prácticamente un procedimiento rutinario.

Un día después, el 26 de julio, se cumplirán 115 años del nacimiento de un escritor inglés llamado Aldous Leonard Huxley, mundialmente reconocido por su novela “Brave New World” , publicada en 1932 y traducida al español con el título “Un Mundo Feliz”.

En “Un Mundo Feliz”, Huxley anticipó una sociedad en la que el sexo es exclusivamente una actividad recreativa, absolutamente ajena a la reproducción, y donde todos los seres humanos son concebidos a través de un procedimiento artificial.

Habló primeramente, por supuesto, de su prólogo quirúrgico: «operación sufrida voluntariamente en beneficio de la sociedad, sin contar que proporciona una bonificación equivalente a seis meses de honorarios»; continuó relatando el procedimiento para conservar el ovario extirpado, vivo y en pleno desarrollo: siguió extendiéndose en consideraciones sobre el óptimo de vida en cuanto a temperatura, grado de salinidad y viscosidad del medio, y prosiguió aludiendo al licor en el que se conservan separados los óvulos maduros; llevolos luego ante las mesas de trabajo y les mostró cómo se extrae aquél de los tubos de ensayo y se echa, gota a gota, en láminas de vidrio, previamente caldeadas, para poner al microscopio; cómo se inspeccionan los óvulos contenidos en ellas con vistas a posibles anormalidades, se cuentan y se trasladan a un receptáculo poroso; cómo (y esta vez llevolos a ver la operación) se introduce éste en un caldo tibio, que contiene los espermatozoos libres —a una concentración mínima de cien mil por centímetro cúbico. Insistió—, y cómo, tras diez minutos, se saca el receptáculo del caldo y se examina su contenido nuevamente; cómo, si alguno de los óvulos queda sin fecundar, se le sumerge una segunda vez, y aun una tercera, si fuese necesario. Cómo los óvulos fecundados vuelven a las incubadoras, donde los Alfas y Betas permanecen hasta ser definitivamente envasados, mientras que los Gammas, Deltas y Epsilones se sacan a las treinta y seis horas para ser sometidos al procedimiento Bokanowsky.

—Al procedimiento Bokanowsky —repitió el Director.

Y los estudiantes subrayaron estas palabras en sus cuadernos.

—Un óvulo: un embrión: un adulto, es lo normal. Pero he aquí que el óvulo bokanowskyficado rebrota, se reproduce, se segmenta; y resultan de ocho a noventa y seis brotes, y cada uno se convertirá en un embrión perfecto, y cada embrión en un adulto de perfecta talla. Es decir, que se producen noventa y seis seres humanos de lo que antes se formaba uno. Progreso...

Aldous Huxley, “Un Mundo Feliz”, 1932 (traducción de Luys Santa Marina)

En el futuro descrito por Huxley, los bebés no sólo son concebidos en tubos de ensayo, también son gestados hasta su nacimiento en una línea de producción en serie, mediante un tecnificado proceso industrial, fuera del vientre materno. Los productos de estas enormes fábricas vienen en cinco modelos, correspondientes a las diferentes castas en las cuales está estratificada la sociedad, desde los inteligentes Alfas, responsables de las labores intelectuales y administrativas, hasta los imbéciles y enanos Epsilones, encargados de las tareas físicas más abyectas.

Las castas inferiores son producidas en masa mediante la clonación inducida por el procedimiento Bokanowsky, que no es otra cosa que la exposición controlada a condiciones extremas de radiación, temperatura y dosis casi letales de alcohol, a lo cual los embriones reaccionan reproduciéndose.

El auge de la producción en serie, especialmente intenso en los Estados Unidos de América, inspiró a Huxley esta visión de pesadilla. En la novela, Henry Ford se ha convertido en un referente paradigmático de la nueva sociedad, hasta el punto que la acción ocurre en el año 632 de la era fordiana. En 1980 hubo una adaptación de esta novela para la televisión y otra en 1998. Dicen por ahí que Ridley Scott tiene el proyecto de regresar a la ciencia ficción con una película basada en ella y protagonizada por Leonardo DiCaprio.

La técnica actual para la fertilización no es muy diferente a la descrita por Huxley. Los espermatozoides y el óvulo se incuban juntos (en una proporción de 75 mil a uno) en un medio de cultivo por unas 18 horas. En la mayoría de los casos, el huevo habrá sido fecundado para entonces.

En algunos casos particulares, como cuando el conteo de espermatozoides es bajo o éstos tienen baja movilidad, un único espermatozoide se inyecta directamente en el óvulo mediante la inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI).

El óvulo recién fecundado muestra dos pronúcleos, uno del gameto femenino y otro del gameto masculino. Cada uno de ellos contiene la mitad de la información genética requerida para fabricar una persona, codificada en un lenguaje químico cuya estructura de doble hélice fue descubierta en 1953 y medio siglo después se comienza a descifrar con la identificación y cartografía del genoma humano.

¿Antes de saber todo esto, cómo nos imaginábamos que funcionaba este asunto de la herencia?

Pitágoras en el siglo sexto A.C. fue uno de los primeros en elaborar una teoría. Según él, los machos contribuían con las características esenciales de sus hijos mientras que las hembras contribuían sólo con el sustrato material. Las ideas de Pitágoras inspiraron a Aristóteles quien desarrolló, en el siglo cuarto A.C., dos alternativas excluyentes: el Preformacionismo y la Epigénesis. Sus ideas prevalecieron hasta bien entrado el siglo diecisiete de nuestra era.

El Preformacionismo sostiene que todos los organismos fueron creados en un mismo momento, y que las generaciones sucesivas se desarrollan a partir de homúnculos, versiones en miniatura del organismo adulto que han existido desde el principio de la creación. En el caso de los humanos, los filósofos y teólogos conjeturaban que cada uno de los individuos existía como homúnculo ya sea en los testículos de Adán (espermismo) o en los ovarios de Eva (ovismo).

La Epigénesis, por el contrario, está basada en la idea de que cada embrión u organismo se produce gradualmente a partir de la materia no diferenciada mediante una serie de pasos o etapas durante las cuales se generan nuevas partes. Esta alternativa nunca gozó de evidencia experimental que la respaldara debido principalmente a la limitación de los instrumentos disponibles.

En los albores de la ciencia, la visión mecanicista de los filósofos naturales parecía contradecir la Epigénesis. Era más sencilla la idea de organismos diminutos que se expandían conforme a las leyes de la mecánica. Además, el Preformacionismo se la llevaba mejor con la teología cristiana dominante pues no suponía la generación de vida a partir de la materia inerte sin la intervención divina.

En 1677 el holandés Antoine van Leeuwenhoek descubrió los espermatozoides con la ayuda de microscopios fabricados por él mismo. También descubrió que el semen se originaba en los testículos y fue un comprometido preformacionista y espermista. Deducía de la movilidad de los espermatozoides la evidencia de vida animal y, consecuentemente, de una estructura compleja, además, en el esperma humano, la presencia del alma.

En 1694, Nicolaas Hartsoeker, también holandés y alumno de Leeuwenhoek, dibujó los espermatozoides que observaba a través del microscopio, incluyendo en su interior pequeños seres humanos acurrucados para ilustrar el postulado de la existencia de los homúnculos como parte de la teoría espermista. Estas imágenes se convirtieron en el ícono del Preformacionismo.

A principios del siglo dieciocho el filósofo francés Nicolás Malebranche elaboró la hipótesis de que cada embrión contenía minúsculos embriones en su interior y así, ad infinitum, como las muñecas Matryoshkas. “Todos los cuerpos de humanos y animales,” ya nacidos o por nacer, “fueron quizás producidos desde el momento mismo de la creación del mundo.” Su contemporáneo y coterráneo Jean Astruc sugirió una explicación para la influencia que tienen tanto la madre como el padre en las características de los hijos: El homúnculo venía en el esperma y era luego transformado cuando entraba al óvulo y durante la gestación al asimilar las características de la madre directamente del ambiente intrauterino. El Preformacionismo se había establecido como la teoría dominante.

Fue un fisiólogo alemán, Caspar Friedrich Wolff, quien se opuso a la corriente del siglo dieciocho y abogó nuevamente por la Epigénesis, más consistente con las observaciones del desarrollo embrionario entonces realizadas con instrumentos ópticos cada vez más precisos. Él propuso la existencia de una “fuerza vital” como agente del cambio, idea que fue acogida por los naturalistas que rechazaban el Preformacionismo por su asociación con la doctrina teológica.

Lo que hoy en día se nos antoja evidente pues desde la infancia aprendemos a deletrear la palabra “cromosoma”, lo heredamos de la teoría celular moderna, atribuida a los alemanes Theodor Schwann, Matthias Jakob Schleiden, y Rudolf Virchow, que desplazó al preformacionismo apenas en el siglo XIX.

Pero, ¿cómo sería nuestro mundo si los preformacionistas hubiesen tenido la razón? Esta es la premisa que explora el escritor estadounidense Ted Chiang en un cuento llamado “Setenta y dos Letras”, 2000, que fue merecedor del Premio Sidewise de la Historia Alternativa de ese año. El premio es llamado así en memoria del cuento “Sidewise in Time”, 1934, de Murray Leinster, en donde una extraña tormenta hace que porciones de la tierra cambien de lugar con sus análogas de líneas de tiempo diferentes.

En realidad, como lo expresa Chiang en las notas de su colección “Historias de tu Vida y Otras”, 2002, su idea fue desarrollar una relación que se le ocurrió entre esta teoría y la leyenda del Golem.

En el folklore judío, el Golem es un ser fabricado de materia inerte que es animado por medio de palabras mágicas o religiosas. Las palabras son escritas unas veces en su frente, otras en un trozo de pergamino con la propia sangre del propietario e introducidas luego en la boca del Golem.

Esta leyenda es conocida en el mundo occidental principalmente por la historia de un rabino de Praga en el siglo dieciséis llamado Judah Loew. Él fabricó un Golem de arcilla para defender el ghetto judío de su ciudad de ataques antisemitas, la estrategia fue efectiva y obligó al sacro emperador romano Rudolf II a capitular: los judíos dejarían de ser perseguidos y el Golem sería desactivado. Dicen que el cuerpo inanimado todavía descansa en el ático de la Antigua Nueva Sinagoga en el barrio Josefov. El acceso a este ático está restringido pero el misterio es otro atractivo turístico de la capital de la República Checa.

Las nuevas generaciones quizás recuerden el Golem de Bart Simpson en la versión diecisiete del especial de día de brujas. El Niño escribe instrucciones concretas que son obedecidas ciegamente por el gigante de barro, como lo hacen los computadores con el software que escriben los programadores.

Ted Chiang nos traslada a la Inglaterra Victoriana del siglo diecinueve. Robert Stratton, el protagonista, jugaba de niño con muñecos de arcilla, que caminaban o trotaban por el efecto de los Nombres que les eran introducidos: 72 caracteres hebreos organizados en doce filas de seis letras, escritos en un trocito de pergamino. Le gustaba experimentar qué tanto podía deformar o modificar los cuerpos de los muñecos sin que sus Nombres dejaran de funcionar.

“¿Por qué se molestan siquiera en llamarlo filosofía natural?” dijo Robert. “Simplemente que admitan que es otra lección de teología y se acabó el asunto.” Ellos dos habían comprado recientemente la Guía de la Nomenclatura para Jóvenes, en la que aprendieron que los nomencladores ya no hablaban en términos de Dios o del Nombre Divino. En cambio, la doctrina actual establecía que había un universo léxico así como uno físico, y juntar un objeto con un Nombre compatible hacía que las potencialidades latentes de ambos fueran realizadas. Tampoco había un "Nombre Verdadero” único para un objeto dado: según su forma precisa, un cuerpo podría ser compatible con varios Nombres, conocidos como su "euonyms", y a la inversa un Nombre simple podría tolerar variaciones significativas en la forma del cuerpo, como el muñeco caminador de su infancia lo había demostrado.

(...)

Robert Stratton prosiguió con el estudio de la nomenclatura en el Cambridge Trinity College. Allí él estudió textos cabalísticos escritos siglos atrás, cuando los nomencladores todavía eran llamados ba’alei shem y los autómatas eran llamados golem, textos que establecían los cimientos de la ciencia de los Nombres: Sefer Yezirah, Sodei Razayya de Eleazar de Worms, Hayyei ah-Olam ah-Ba de Abulafia. Luego estudió los tratados alquímicos que llevaron las técnicas de la manipulación alfabética a un contexto filosófico y matemático más amplio: Ars Magna de Llull, De Occulta Philosophia de Agrippa, Monas Hieroglyphica de Dee.

Aprendió que cada Nombre era una combinación de varios epítetos, cada uno designando un rasgo específico o capacidad. Los epítetos eran generados compilando todas las palabras que describían el rasgo deseado: cognados y etymons, tanto de las lenguas vivas como de las extintas. Substituyendo y permutando letras selectivamente, uno podría destilar de aquellas palabras su esencia común, que era el epíteto para aquel rasgo. En ciertos casos, los epítetos podrían ser usados como las bases para la triangulación, permitiendo encontrar epítetos para rasgos no descritos en ninguna lengua conocida. El proceso entero dependía de la intuición tanto como de las fórmulas; la capacidad de elegir las mejores permutaciones de letras era una habilidad que no se podía enseñar.

Ted Chiang, “Setenta y dos letras”, 2000

Las investigaciones de Stratton lo llevan a perfeccionar Nombres particularmente poderosos, capaces de animar autómatas equipados con manos de cinco dedos articulados y con la destreza motriz humana. Esto le valió el rechazo de la industria y la oposición de los sindicatos, pues veían en este avance una amenaza que podría dejar sin empleo a los obreros de moldeado de autómatas.

Sus logros también fueron observados por otros ojos, de filósofos naturales como él, que encontraron de crucial importancia su colaboración en un proyecto que hasta entonces habían mantenido en secreto.

Un proyecto que podría definir el destino de la humanidad.

Los tres bajaron a un sótano. Lámparas de gas en las paredes proporcionaban iluminación, revelando el tamaño considerable del sótano; en su interior había una serie de pilares de piedra que se elevaban para formar bóvedas intersectas. El largo sótano albergaba fila tras fila de firmes mesas de madera, cada una soportando un tanque del tamaño aproximado de una bañera. Los tanques eran de zinc y tenían ventanas de vidrio cilindrado en los cuatro lados, revelando su contenido como un fluido claro ligeramente amarillento.

Stratton se asomó el tanque más cercano. Había una distorsión flotando en el centro del tanque, como si parte del líquido se hubiera coagulado en una masa de jalea. Era difícil distinguir los rasgos de la masa de las sombras en el fondo del tanque, así que se movió a otro lado del tanque y se agachó para ver la masa directamente contra la llama de una lámpara de gas. Fue entonces que el coágulo reveló la figura fantasmal de un hombre, claro como la gelatina, acurrucado en posición fetal.

“Increíble,” susurró Stratton.

“Lo llamamos un megafeto,” explicó Fieldhurst.

“¿Esto fue cultivado de un espermatozoo? debe haber requerido décadas.”

“No, es más maravilloso: Hace varios años, dos naturalistas Parisinos llamados Dubuisson y Gille desarrollaron un método para inducir el crecimiento hipertrófico en un feto seminal. La infusión rápida de nutrientes permite que el feto alcance este tamaño en un par de semanas.”

Moviendo la cabeza de un lado al otro, percibió diferencias leves en el modo que la lámpara de gas era refractada, indicando los límites de los órganos internos del megafeto. “Esta criatura está... ¿viva?”

(...)

Stratton miró a su alrededor. Las filas de tanques tomaron un nuevo significado. “Entonces comprimieron los intervalos entre ‘nacimientos’ para obtener una vista preliminar de nuestro futuro genealógico.”

“Exactamente.”

“¡Audaz! ¿Y cuáles fueron los resultados?”

“Probaron con muchas especies de animal, pero nunca observaron ningún cambio de forma. Sin embargo, obtuvieron un resultado peculiar trabajando con los fetos seminales de humanos. Después de no más que cinco generaciones, los fetos machos no contenían más espermatozoos, y las hembras no contenían más óvulos. La línea terminaba en una generación estéril.”

Ted Chiang, “Setenta y dos letras”, 2000

Científicos de la Académie francesa lo habían descubierto y sus colegas ingleses de la Royal Society lo habían confirmado: la especie humana tenía el potencial para existir por sólo un número fijo de generaciones, y se encontraban apenas a cinco generaciones de la última de ellas.

“...La respuesta es un óvulo no fertilizado. El óvulo contiene el principio vital que anima a la criatura a la que desarrolla, pero él mismo no tiene forma alguna en sí mismo. Generalmente, el óvulo incorpora la forma del feto comprimido dentro del espermatozoo que lo fertiliza. El siguiente paso era obvio.” Aquí Ashbourne esperó, mirando a Stratton con expectativa.

Stratton estaba perdido. Ashbourne pareció decepcionado, y continuó. “El siguiente paso era inducir artificialmente el crecimiento de un embrión a partir de un óvulo, por la aplicación de un Nombre.”

(...)

“El Nombre no es realmente introducido, sino impreso por medio de una aguja especialmente fabricada.” Ashbourne abrió un gabinete sobre la mesa de trabajo entre dos de las estaciones de microscopios. Era un estante de madera lleno de pequeños instrumentos arreglados en parejas. Cada uno tenía en la punta una aguja de cristal larga; en algunos pares eran casi tan gruesas como agujas de tejer, en otros tan delgadas como una hipodérmica. Retiró una del par más grande y se lo dio a examinar a Stratton. La aguja de cristal no era totalmente transparente, parecía contener alguna clase de núcleo moteado.

Ashbourne explicó. “Aunque parezca alguna clase de instrumento médico, es en realidad un vehículo para un Nombre, como lo es el más convencional trozo de pergamino. Bueno, requiere mucho más esfuerzo que llevar la pluma al pergamino. Para crear tal aguja, hay que organizar primero hilos finos del cristal negro dentro de un haz de hilos de cristal transparentes de modo que el Nombre sea legible cuando son vistos frontalmente. Los hilos son fundidos entonces en una vara sólida, y de la vara se saca un hilo aún más delgado. Un cristalero experto puede retener cada detalle del Nombre sin importar cuan delgado haga el hilo. Finalmente uno obtiene una aguja que contiene el nombre en su corte transversal.”

Ted Chiang, “Setenta y dos letras”, 2000

Robert Stratton era un experto en nomenclatura, por eso se le requería para desarrollar la solución: encontrar un Nombre, un euonym para la especie humana. De esta manera, sería posible la fertilización artificial con una fina aguja construida con una técnica semejante al arte de los fabricantes de murrinas en Murano.

Entre tanto, en un universo paralelo habría que esperar todavía un siglo a que la ciencia encontrase la manera de superar la esterilidad mediante la inyección intracitoplasmátia de espermatozoides.

3 comentarios:

  1. En realidad no le veo el sentido a la reproducción en serie del humano, sabiendo que aún haciéndolo artesanalmente, el ser humano ha logrado sobrepoblar la tierra.

    Aunque me gusta la idea del potencial predestinado en los espermatozoides. Así no habría embarazos no deseados, sino embarazos predestinados :)

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  2. El texto completo de "Setenta y Dos Letras" puede encontrarse en la siguiente dirección, en versión original en inglés:

    http://web.archive.org/web/20010802144026/http://www.tor.com/72ltrs.html

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  3. obituario, de James Graham Bollard también es una ficción sobre un mundo supertecnificado...

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