viernes, 29 de mayo de 2009

No creas que es verdad todo lo que lees


Ésta fue una recomendación que recibí desde muy niño, pero no llegué a apreciarla hasta que experimenté su importancia en cabeza propia.

La tarea era de biología y había que hacer una cartelera sobre el aparato digestivo humano. En esa época Internet estaba en estado embrionario y era de uso exclusivo del departamento de defensa de los Estados Unidos de América, así que las tareas las hacíamos con la ayuda de libros impresos en papel.

Reproduje con lujo de detalles el cuadro sinóptico ilustrado de la enciclopedia, con sus esquemas y dibujos a todo color, aplicando la dedicación y empeño de un monje benedictino.

Imagínense mi consternación cuando el profesor rayó con su lapicero rojo la hermosa cartelera que me tenía tan orgulloso, corrigiendo un error evidente que yo había copiado con juiciosa paciencia: Había ubicado en la boca la secreción de ácido clorhídrico que transforma las proteínas en aminoácidos esenciales, mientras las glándulas salivares hacían su inofensivo trabajo en el estómago.

Mi ciega obediencia había igualado las capacidades digestivas de la raza humana con las del engendro salido del telepod de “La Mosca” o con las del octavo pasajero de la nave espacial Nostromo.

En esa época los libros y las revistas contaban con consejos editoriales y editores y toda suerte de filtros que pretendían garantizar la veracidad de lo que en ellos se afirmaba.

Hoy el problema se complica en más de un orden de magnitud: existen en la Internet miles de páginas electrónicas sobre cualquier tema que podamos imaginar. Cualquier persona con acceso a la red puede crear en minutos una página y vaciar en ella verdades, medias verdades, medias mentiras, mentiras completas, y modificarlas sin previo aviso tantas veces como le apetezca.

Y no he mencionado todavía las opiniones osadas y juicios arbitrarios.

El 15 de abril del presente año alguien hizo la siguiente publicación en el foro de debate del grupo de Facebook “CIENCIA FICCIÓN”, dentro del tema “¿Qué libro de Ciencia Ficción llevarías a la Gran Pantalla?”:

Espero no meter la pata al decir esto, sobretodo porque no he leído el libro de Saramago, ni he visto la peli... pero: "Ensayo sobre la ceguera", no es un plagio de "El día de los trífidos" de John Wyndham? que por cierto me parece buenísimo

Esta publicación no es ejemplo ni de una falsedad ni de un juicio parcializado expresado con ligereza. Por un lado, no se trata de una afirmación sino de una simple pregunta y, además, es precedida por un sensato “espero no meter la pata al decir esto”.

Sin embargo, esta inquietud me condujo a un generoso filón de este tipo de desatinos.

Yo no tenía la menor idea que “El día de los trífidos”, 1951 tenía algo que ver con los ciegos. Del “Ensayo sobre la Ceguera”, 1995, sabía un poco más, al menos había visto la película que hizo Fernando Meirelles en 2008.

Me di a la tarea de explorar el ciberespacio movido por mi curiosidad. ¿Alguien habrá preguntado sobre el tema a Saramago? ¿Habrá alguna entrevista en la que se haya aclarado el asunto?

Y me perdí en un bosque.

Un bosque de dedos acusadores apuntando desde blogs de la más diversa procedencia: Saramago era culpable, no había ninguna duda, un millón de juicios sumarios habían dictado sentencia. Era obvio, era evidente y no había más que hablar.

Y no sólo era el caso del “Ensayo sobre la Ceguera”, también “El Hombre Duplicado”, 2002, era un duplicado de “El Doble”, 1846, de Fyodor Dostoievsky. La autoría original de “Las intermitencias de la muerte”, 2005 era reclamada por al menos tres autores, un mexicano, una italiana y una chilena, a lo cual el Nobel argumentó en alguna declaración que “si dos autores tratan el tema de la ausencia de la muerte, resulta inevitable que las situaciones se repitan en el relato y que las fórmulas en que las mismas se expresen tengan alguna semejanza”.

No pretendo yo ahora ser otro juez en estos asuntos, pero al argumento que plantea Saramago no le falta consistencia. Encuentro una analogía en la naturaleza y, como ya estamos hablando de la ceguera, mi ejemplo será el ojo.

El ojo humano es un instrumento de diseño complejo, resultado de millones de años de evolución, pero la misma solución, con una retina fotosensible, un globo ocular que hace las veces de cámara oscura y un lente, ha sido descubierta por la naturaleza en múltiples ocasiones. Como en el caso del pulpo, en el que el ojo evolucionó como una invaginación de la superficie de la cabeza, a diferencia de los vertebrados, en los que se originó como una extensión del cerebro, abriéndose camino hacia el exterior.

Aún así, no faltará el estudioso de la literatura colombiana que esté maquinando resucitar a Tomás Carrasquilla para que reclame al Nobel portugués los derechos de la trepada de la Muerte en un palo de aguacate en “En la Diestra de Dios Padre”, 1897.

No pudiendo saciar mi curiosidad en el nutrido ejercito de los bloggeros, me pareció oportuno recurrir a las fuentes, examinando el paralelo directamente, a través de la lectura de ambas historias. Pero a veces, como sucede en toda expedición, uno sabe donde comienza pero no adonde va a terminar.

Estaba iniciando la lectura de “El Día de los Trífidos” y ya me había enterado que estos bichos eran una extraña especie de planta creada artificialmente por los rusos, cuyo procesamiento permitía la obtención de un aceite vegetal de suma importancia para la industria moderna. Se supo de ella a este lado de la cortina de hierro gracias a las artes de un contrabandista llamado Umberto Christoforo Palaguez, quien murió en un misterioso accidente al explotar su avión en pleno vuelo sobre el Océano Pacífico. Parece ser que este personaje llevaba en su equipaje una buena provisión de las diminutas y livianas semillas de trífido. Se trataba de una planta capaz de adaptarse sin dificultad a cualquier clima, por lo que en pocos meses crecían como maleza en los cinco continentes.

Los trífidos podían alcanzar la estatura de un hombre en pocos meses y la superaban por un buen margen, especialmente en los climas más cálidos.

Pero la característica más conspicua de los trífidos era que podían desenterrar sus raíces y trasladarse a voluntad sobre tres patas, además de ser plantas carnívoras dotadas de un látigo venenoso que podía matar a una persona casi instantáneamente.

Estaba yo apenas dimensionando lo molesta que podía llegar a ser semejante plaga si nos llegase a invadir el patio de atrás, cuando el poeta Jaime Jaramillo llegó con la noticia al taller de los sábados de que el mexicano José Emilio Pacheco había sido recientemente galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, convocado por el Patrimonio Nacional de España y la Universidad de Salamanca.

Ese día leímos un extracto de uno de sus cuentos:

En otro sitio de este parque se halla el jardín botánico. Pasados los invernaderos, más allá del desierto de cactus y del pequeño lago, podemos encontrar la espesura fingida. Ese lugar resulta peligros, y la dirección del parque ha destinado varios policías para que lo vigilen. Como todos los días, entra en los limites de la selva fingida una maestra de primaria encabezando una fila de niños (ninguno es mayor de doce años). La mujercilla saluda a los policías por sus nombres y luego, con una voz que pretende ser marcial, ordena a los niños alinearse por la derecha; acto continuo, empieza a enumerarlos. Pide a los alumnos Zamora y Láinez que den un paso al frente. La maestra se refiere a su mala conducta, a su falta de interés por los estudios, al ligazo que le dieron en la clase y a las señas obscenas que le hizo –con todo el cuerpo_ Láinez cuando ella le había vuelto la espalda a fin de señalar los errores de una suma que aquél no supo resolver en el pizarrón. La maestra, bruscamente serena, toma a los niños de la oreja y desoyendo sus bramidos, estimulada por el aplauso y la aprobación de los demás, y la mirada indolente de los guardianes, acerca a Láinez y Zamora hasta el tentáculo de una planta carnívora. La planta los engulle, y ávidamente comienza a succionarlos. Sólo es posible ver el abultamiento de su tallo y los feroces movimientos peristálticos; mas se adivinan la asfixia, el trabajo del ácido, el quebrantamiento de los huesos. La maestra –resignada, aburrida- explica la lección de botánica in vivo, correspondiente al día de hoy, y llama la atención de sus alumnos acerca de cómo se parece el funcionamiento de las plantas carnívoras a la acción digestiva de una boa constrictora. Un niño alza la mano y, al tiempo que mira distraídamente el tallo en que ya ningún movimiento puede notarse, pregunta a la maestra qué es una boa constrictora.

José Emilio Pacheco, “Parque de Diversiones”, en la colección “El viento distante”, 2a ed, 1969

Por una extraña casualidad, un pariente cercano de los trífidos había irrumpido en nuestro taller de poesía y amenazaba con devorar a los alumnos menos disciplinados. Pero lo que me heló la sangre no fue la violenta descripción del proceso digestivo de semejante monstruo, sino la pasmosa pasividad y aterradora tranquilidad con que los niños y su maestra tomaban el asunto.

Unos días después quise indagar algo más sobre la vida y obra de este poeta mexicano pero me encontré con que la reseña sobre él en la Wikipedia había sido vandalizada recientemente desde una dirección IP ubicada en Omaha, Nebraska y sostenía que el respetable escritor era un artista chicano de graffiti que no había cumplido todavía los 20 años y al que le habían concedido diversos premios por su habilidad en el breakdance.

No me resta más que agradecer la paciencia de los lectores que han llegado hasta este punto, el estilo aparentemente caótico del artículo es un elemento más para reforzar la premisa “No creas que es verdad todo lo que lees”.

Prometo aclarar qué demonios tiene que ver la ceguera con los trífidos en una próxima oportunidad.

1 comentario:

  1. Jajaja!. Sí, es terrible eso de ponerse a escribir y cuando se inicia el texto toma otro rumbo, o no toma ninguno, ya sea por la falta de fuentes de información o porque otra cosa se atraviesa en el camino. Pero esto último también es perfecto por cuanto se encuentra uno con muchas cosas que ni siquiera se imaginaba que existieran.

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