viernes, 10 de abril de 2009

El océano, un universo inexplorado (1)


Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que todas las que pueda soñar tu filosofía
William Shakespeare, Hamlet I, 1599-1601
En el cielo, en la tierra... y en el océano, tendríamos que añadir.

¿Quién habría imaginado peces con el cráneo de cristal? ¿O pececillos cuyos ojos utilizan espejos en lugar de lentes para enfocar su mirada?

Hay todo un universo inexplorado en los oscuros abismos del océano. Se estima que su profundidad promedio es de unos cuatro kilómetros, pero hay lugares como la Fosa de las Marianas en el Pacífico norte que alcanzan los once kilómetros de profundidad (para tener una referencia, el monte Everest cabría en esta fosa y en su cima estaríamos todavía a más de dos kilómetros por debajo de la superficie).

Más del 72% del área del planeta está bajo el agua, pero el fondo del océano es todavía en pleno siglo XXI un territorio desconocido. El Hombre ha levantado detallados mapas de Marte, e incluso es posible recorrerlo en una herramienta de Google, pero no existe un mapa completo del fondo del océano, acá en la Tierra. En realidad somos hoy tan ignorantes de vastas zonas del fondo oceánico como los cartógrafos que marcaban en la antigüedad algunas áreas de los mapas con la advertencia "HC SVNT DRACONES" (acá hay dragones).

La NOAA “National Oceanic and Atmospheric Administration”, cuya sigla ha sido más conocida por algunos de nosotros en relación con uno de los tantos modelos de predicción del fenómeno climático del Pacífico “El Niño”, tiene entre sus responsabilidades la exploración de los océanos. Su presupuesto es un modesto 0.06% del presupuesto asignado a la NASA.

Por suerte, los norteamericanos no están trabajando solos en la exploración submarina. Hace poco supimos que un grupo de científicos australianos y estadounidenses habían descubierto nuevas especies en la zona de fractura al sur de la isla de Tasmania, en Oceanía.

El submarino de control remoto “JASON”, del tamaño de un automóvil compacto, captó con su cámara de alta resolución una nueva especie de percebes con cuello de ganso, otra de anémonas decoradas con puntos púrpura y una ascidia carnívora con forma de embudo, entre los tres y cuatro kilómetros de profundidad.

Las ascidias son una clase de animal “sésil” (del vocablo latín para decir “sentarse”). Viven su etapa adulta anclados a una roca y normalmente se alimentan filtrando el agua que ingresa en su faringe, de manera similar a como lo hacen las ballenas jorobadas. La ascidia carnívora recién descubierta evolucionó a partir de este mecanismo y funciona como una planta atrapa-moscas (Venus fly traps), cerrándose violentamente sobre cualquier crustáceo que se atreva a rozarla.

¿Qué otras extrañas criaturas nos están aguardando en las profundidades?

La noticia trajo a mi memoria las imágenes de la película “El Abismo” (“The Abyss”, 1989) del director James Cameron. Un submarino americano ha encallado al borde de un abismo de ocho kilómetros en la fosa Cayman, después de chocar con un objeto no identificado. Durante el rescate, los protagonistas descubren que no estamos solos: NTIs (Non-terrestrial Intelligences) es el nombre que les dan a los seres abisales que encuentran.

Las imágenes son alucinantes, se trata de una especie de humanoides transparentes y bio-luminiscentes que habitan en las profundidades del océano y dominan tecnologías bastante más avanzada que las nuestras.

La película es también memorable por sus logros técnicos. La mayor parte de las escenas fueron filmadas en una gigantesca piscina habilitada dentro de la estructura de una planta nuclear en construcción, con equipos submarinos completamente funcionales; además, incluye una de las primeras escenas creíbles de animación digital tridimensional, en la que una columna ondulante de agua replica el rostro de la protagonista en un intento de comunicación.

Sin embargo, como en muchos ejemplos del cine, se perpetúa la concepción antropomorfista, según la cual los seres inteligentes deben tener un aspecto semejante al nuestro, con un par de brazos y de manos, dos piernas y una cabeza sobre los hombros.

Al respecto, la literatura ha sido un poco más abierta. En agosto de 1962, el escritor inglés de ciencia ficción Arthur C. Clarke publicó un cuento en el que un ingeniero de aguas profundas tiene un encuentro con calamares inteligentes, cuando debe aventurarse en la Fosa de las Marianas (a más de once kilómetros de profundidad), con un vehículo muy semejante a “JASON” para reparar una planta submarina de generación de electricidad a solicitud de los rusos.
Las luces de colores pulsaban y bailaban a lo largo de sus cuerpos, haciéndolos parecer vestidos con joyas que cambiaban su apariencia cada dos segundos. Había parches que brillaban en azul, como arcos de neón intermitentes, y en el instante siguiente eran de un rojo neón intenso. Los tentáculos parecían collares de cuentas luminosas, o las luces en una superautopista vista desde el cielo en la noche. Casi invisibles en este fondo luminoso estaban los enormes ojos, misteriosamente humanos e inteligentes. Cada uno enmarcado en una diadema de perlas brillantes.
...
Estaba a punto de llamar a la superficie cuando vi algo realmente increíble. Había estado frente a mis ojos todo el tiempo, pero no lo había notado hasta ahora.
Los calamares estaban conversando.
Esos patrones luminosos y evanescentes no iban y venían al azar. Tenían tanto significado, tuve de repente la certeza, como los avisos de Broadway o Piccadilly. Cada pocos segundos había una imagen que casi tenía sentido, pero se desvanecía antes que yo pudiera interpretarla. Sabia, por supuesto, que aún el pulpo común expresa sus emociones con rápidos cambios de color –pero esto era algo de un orden muy superior. Era comunicación verdadera: estaba frente a dos avisos luminosos vivientes, intercambiando mensajes entre ellos.
Arthur C. Clarke, “The Shining Ones”, 1962
El pasado 19 de marzo se cumplió el primer año de la muerte de Arthur C. Clarke, más reconocido por su colaboración en la película de 1968 “Odisea Espacial 2001” con Stanley Kubrik, considerada por muchos la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos. Clarke murió en Sri Lanka, país al que emigró en 1956 en buena parte por su pasión por el buceo, según él, la experiencia más cercana a la ingravidez del espacio exterior.

Es frecuente encontrar en la obra de Clarke referencias a la exploración del océano o, en general, historias ambientadas en el mar, con buzos o marinos como protagonistas. En 1961 escribió un cuento en el que una cápsula espacial rusa es rescatada por un grupo de buzos pescadores de madreperla. El nombre original del cuento es “Hate” (odio), ya que Tibor, el protagonista, encuentra en esta misión la oportunidad para vengar, en el cosmonauta encerrado en la cápsula, la muerte de su hermano durante la ocupación soviética de Budapest. Para ello, sólo tiene que asegurarse que el rescate se demore lo suficiente para que se agoten las reservas de oxígeno en la cápsula. Al final Tibor descubre la insensatez de su venganza, cuando es revelada la identidad del cosmonauta.

En la misma línea, Clarke comenta en el prólogo de “The Shining Ones” que el gran atrevimiento de su parte fue sugerir, allá en los 60s, que los rusos podrían ser seres humanos decentes. En contraposición, la película de Cameron, aunque fue estrenada en el año de la caída del muro de Berlín, conserva algunos de los paradigmas del cine de la guerra fría: las naves de los soviéticos están también detrás del submarino y sus intenciones son, por supuesto, nada buenas.

Obviamente la tensión entre rusos y americanos tenía una razón en la cinta. Esos seres submarinos, preocupados por la amenaza de una guerra nuclear entre los humanos, hacen a éstos una advertencia contundente: frente a todas las costas del planeta se levantan enormes paredes de agua que con seguridad las inundarán en un tsunami global a menos que se ponga fin a la escalada militar.

Muy en la línea del ultimátum de Klaatu en “El día en que la Tierra se Detuvo” (1951).

1 comentario:

  1. Me ha llegado otro artículo relacionado, en Scientific American, sobre los submarinos robots y tripulados que se usan para la exploración submarina. Cifra que sorprende: el 95% del fondo del océano no ha sido explorado aún.
    http://www.sciam.com/article.cfm?id=science-in-depth-mini-subs&sc=WR_20090415

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