martes, 16 de junio de 2009

Tenemos eco en Cosmocápsula


Al parecer en Cosmocápsula les gustó el último artículo que escribí. Decidieron publicarlo e incluirme en su lista de colaboradores.

Gracias David!

lunes, 15 de junio de 2009

Gattaca


A principios de marzo de este año apareció este titular en periódicos nacionales e internacionales: “'Bebés a la carta' podrían ser posibles en E.U. el próximo año.”

No se trataba de un escándalo sobre exótica gastronomía antropofágica. La clínica LA Fertility Institute, en California, estaba ofreciendo a sus clientes la oportunidad adicional de concebir hijos con rasgos estéticos específicos, como el color de los ojos o del cabello.

La técnica de Diagnóstico Genético de Preimplantación –DGP- viene siendo utilizada desde hace 17 años para prevenir graves enfermedades hereditarias y consiste en seleccionar para la gestación los embriones libres de los genes causantes de las características indeseadas, todo por un costo aproximado de 18 mil dólares.

La normatividad europea sólo permite aplicar esta técnica por motivos de salud, pero en los Estados Unidos no existe esta restricción:el LA Fertility Institute ofrece desde hace tiempo el servicio de selección del sexo de los bebés, con un 100% de probabilidad de éxito gracias al DGP.

No había alcanzado a llegar la noticia a los diarios colombianos, cuando la clínica LA Fertility Institute ya estaba publicando un comunicado en su página web anunciando la suspensión del servicio de elección de características estéticas en los futuros bebés. Indicaba que “permanecía atenta a la opinión pública” y que consideraba que los beneficios del servicio no superaban “el aparente impacto social negativo que provocaba”.

Muchos consideran que fue sólo una estrategia publicitaria pues “nadie es capaz de hacer eso en este momento”, simplemente porque todavía no es técnicamente factible. El doctor Arthur Caplan, director del centro de bioética de la Universidad de Pensilvania, comentó en una entrevista que el conocimiento para seleccionar rasgos estéticos como el color de los ojos o del cabello no estará disponible al menos en un par de años.

Bueno, “en un par de años” está a la vuelta de la esquina. ¿estaremos preparados entonces para tomar las decisiones correctas?

El tema suscitó reacciones de las más diversas fuentes. En particular, llamó mi atención el comentario de Mayte Ciriza, autora de “Que quede entre nosotros”. A ella este asunto de los bebés a la carta le recordó de inmediato a “Un Mundo Feliz” (la novela de Aldous Huxley publicada en 1932) donde todos los seres humanos son fabricados, previamente programados para encajar en su nicho predestinado.

En la novela de Huxley, es un mundo feliz porque es un mundo perfecto. Se llega a la felicidad por la perfección, que es lo que se pretende con esta técnica anunciada esta semana: tener hijos perfectos. ¡Qué miedo me da esto! Convivir con la imperfección forma parte de la aventura de la vida. Es todo un aprendizaje, un reto personal, que nos ayuda a superarnos, a ser mejores personas, que nos humaniza. No se trata de tener bebés modelo, como si fuera un producto más de consumo que eliges. Porque, además, será un nuevo motivo de exclusión social: los que puedan pagarlo y los que no. Hay un trasfondo muy peligroso también: se empieza eligiendo el aspecto físico de la criatura y se termina programando superdotados genéticos. ¿No era esto lo que pretendían los nazis?

Mayte Ciriza, Artículo “Un Mundo Feliz” en el blog “Que quede entre nosotros”, marzo 11 de 2009

Tienen sentido los argumentos de la licenciada Ciriza. Si bien es positiva la biomedicina con fines terapéuticos o para evitar enfermedades degenerativas, algo muy distinto es utilizar estas herramientas para satisfacer el capricho de padres acaudalados, convirtiendo a los bebés en mercancías o productos de diseño.

Incluso para los casos en los cuales se pretende evitar una enfermedad hereditaria encuentro argumentos que siembran la duda sobre la conveniencia de su aplicación.

Supongamos el caso de la esclerosis lateral amiotrófica.

Hoy en día se desconoce la causa de esta enfermedad degenerativa neuromuscular, cuyos síntomas son una parálisis lentamente progresiva que se acompaña de movimientos reflejos descontrolados. Los pacientes mueren asfixiados, cuando finalmente se paraliza el diafragma y otros músculos responsables de la respiración.

Si las investigaciones concluyen que ésta es una enfermedad hereditaria, eventualmente se podría identificar el gen o conjunto de genes responsables y sería posible utilizar el DGP para evitar el nacimiento de niños afectados por este mal.

De haber contado en los años 40s con esa tecnología, tal vez no habría nacido el físico teórico británico Stephen Hawking. Este es sólo uno de muchos ejemplos.


Pero no fue “Un Mundo Feliz” de Huxley lo primero que me vino a la cabeza al leer la noticia de la clínica de fertilidad. Fue la película “Gattaca”, 1997, la elegante pesadilla Art Deco protagonizada por Ethan Hawke , Uma Thurman y Jude Law.

La cinta describe una sociedad donde la eugenesia es una práctica común. Todos los niños son seleccionados mediante el Diagnóstico Genético de Preimplantación para asegurar que estén libres de cualquier enfermedad genética y posean las mejores características hereditarias de sus padres. El título de esta película está construido con las iniciales de las bases con las cuales está escrito el código genético en el ADN (Adenina, Guanina, Citosina y Timina), un lenguaje del que apenas se comenzaba a tener noticia en los tiempos de Huxley.

“Gattaca” fue escrita y dirigida por el neozelandés Andrew Niccol, el mismo al que le debemos la cinta “S1m0ne”, 2002, sobre una inteligencia artificial con la imagen de la supermodelo canadiense Rachel Roberts (hoy su esposa) y el guión del ambicioso mega-reality “El Show de Truman”, 1998, que nos demostró que Jim Carrey sabía hacer algo diferente a cómicas muecas. Sin confirmar, Niccol sería el guionista de la nueva versión de “Un Mundo Feliz” dirigida por Ridley Scott, sin embargo, parece ser que Scott estaría aplazando el proyecto para realizar una adaptación de la novela de ciencia ficción “The Forever War”, 1974, de Joe Haldeman.

La banda sonora de “Gattaca” es obra del compositor inglés Michael Nyman y la dirección artística del holandés Jan Roefls, quienes ya habían trabajado juntos en 1989 en la espléndida pero perturbadora “El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante”, donde vimos a una joven y elegantísima Hellen Mirren vengar gastronómicamente la muerte de su amante a manos de su brutal esposo. Jan Roefls fue nominado a un Oscar de la Academia por el inmaculado aspecto retro futurista que le impartió a “Gattaca”.

En esta película, los seres humanos no son procreados sino fabricados mediante una cuidadosa selección genética de los mejores rasgos físicos e intelectuales, un proceso que ofrece literalmente “bebés a la carta”. La tecnología permite también eliminar defectos cardíacos congénitos y otras características negativas como la propensión al alcoholismo o a la depresión.

A los pocos bebés que son concebidos de la manera tradicional se les denomina “hijos de Dios” o “In-válidos” y son discriminados por su condición genética. Se ha establecido una nueva escala social y segregación científica basadas en los genes. Sólo los válidos pueden aspirar a las responsabilidades más importantes, mientras los in-válidos son relegados a labores sin importancia debido a su imperfección.

Éste el caso de Vincent, el personaje interpretado por Ethan Hawke, un in-válido cuyo sueño ha sido desde siempre participar en el programa espacial que ya está colonizando las lunas de Saturno. Ese sueño es un imposible debido a su genética imperfecta, a menos que logre engañar al sistema, haciéndose pasar por otra persona, tarea nada fácil en un mundo donde los documentos de identidad han sido sustituidos por el código genético.

Vincent fue concebido de la manera tradicional, en el asiento trasero del Buick Riviera de su padre. Relegado a una casta inferior, está predestinado genéticamente a ser un simple obrero. Para poder cumplir su sueño, compra la identidad de un humano perfecto, un válido, en el mercado negro, pero es su voluntad de hierro la que en definitiva lo impulsa en el camino hacia las estrellas.


Pere Gallardo-Torrano, en su ensayo de 2007 “The Body as Utopia: Gattaca by Andrew Niccol (1997)”, ve en la decisión de Vincent de engañar al sistema un reto vital que intenta demostrar la inviabilidad de la organización social basada en la segregación entre aquellos “científicamente puros” y aquellos “imperfectamente humanos”.

Hay elementos comunes entre “Gattaca” y “Un Mundo Feliz” de Huxley. La división entre válidos e in-válidos se le antoja a Gallardo-Torrano directamente inspirada en la clasificación de castas de Huxley (Alfas, Betas, Gammas y Epsilones). En la película, la vida se ha estandarizado y los individuos desarrollan sus actividades dentro de su nicho asignado. Aunque no hay signos de rebelión colectiva o malestar social, existe aún la criminalidad (todavía existe una fuerza policial, hay asesinatos e incluso informantes). El nuevo esquema ha logrado una aparente felicidad colectiva, pero la felicidad individual está lejos de ser universal.

En “Un Mundo Feliz” la segregación es posible haciendo que el individuo acepte complacido su lugar en el mundo, a través de un riguroso proceso de acondicionamiento desde la más temprana infancia, apoyado en técnicas como la hipnopedia y procedimientos Pavlovianos.

“..visten de verde –decía una voz suave, pero clara, comenzando por la mitad de la frase- y los niños Deltas, de caqui. No, no, no quiero jugar con los niños Deltas. Y los Epsilones son aún peores. Son demasiado tontos para aprender a leer y escribir. Además, van de negro, que es un color antipático. ¡Cuán contento estoy de ser un Beta!”

Hubo una pausa; continuó la voz:

“Los niños Alfas van de gris. Trabajan mucho más que nosotros porque son prodigiosamente inteligentes. La verdad es que estoy muy satisfecho de ser un Beta, pues no tengo un trabajo tan pesado. Y, además, somos mucho mejores que los Gammas y los Deltas. Los Gammas son unos tontos. Visten de verde. Y los niños Deltas, de caqui. No, no, no quiero jugar con los niños Deltas. Y los Epsilones son aún peores. Son demasiado tontos para aprender...”

Aldous Huxley, “Un Mundo Feliz”, 1932 (traducción de Luys Santa Marina)

Mientras en la novela de Huxley la paz social se logra mediante el determinismo prenatal y el acondicionamiento en la infancia, en “Gattaca” la paz social parece ser vagamente universal, con la excepción de los pocos in-válidos remanentes. La universalización del sistema llegará con la extinción de los in-válidos: La perfección hipotética de los individuos llevará eventualmente a la perfección de la sociedad.

Contrario a lo que sucede en “Un Mundo Feliz”, no se presta atención a la “felicidad” psicológica de los individuos, no hay acondicionamiento hipnopédico o alguna droga apaciguante como el “soma” de Huxley, pues se asume que la infelicidad es consecuencia de las limitaciones de un cuerpo todavía imperfecto.

Aún si esta llamada perfección fuese un fin último deseable más allá de toda duda razonable, el vehículo para llegar hasta allá transita necesariamente el camino de la discriminación. La tecnología es bastante costosa, el DGP está hoy disponible sólo para los que puedan pagar por él.

Marcy Darnovsky, directora ejecutiva asociada del Centro para la Genética y la Sociedad (CGS) en Oakland, California, fue entrevistada por la Wired Magazine en marzo pasado en relación con el debate generado por el LA Fertility Institute. Para ella es ingenuo pensar que la nueva tecnología estará disponible para todos, sabiendo que hoy en día ni siquiera podemos garantizar la vacunación universal. “Las cuentas simplemente no dan”. Así como los privilegios se acumulan para los privilegiados, igual sucederá con los niños genéticamente modificados de las élites existentes.

Este escenario me recuerda el mundo futuro imaginado por H.G. Wells en “La Máquina del Tiempo”, 1895, donde el protagonista descubre que la estructura social de su época evolucionará hasta producir dos especies distintas: las clases privilegiadas se convertirán en los elegantes pero infantiles “Eloi” de la superficie y de la clase obrera surgirán los pálidos y simiescos “Morlock”, habitantes de las profundidades.

Incluso los actuales Transhumanistas, defensores de la intervención genética, admiten que se podría desarrollar una segregación. Así como las comunidades Amish rechazan hoy ciertos avances tecnológicos, algunos transhumanistas prevén comunidades “Humanish”, que rechazarán todas las tecnologías de mejoramiento del ser humano y convivirán con una mayoría genéticamente modificada.

No tenemos que ir muy lejos: en la Alemania actual, todos los niños son sometidos a un examen de aptitudes al terminar su educación primaria, el resultado de este examen definirá en cual de las categorías establecidas continuarán su educación secundaria: Al Gymnasium asisten los alumnos más aventajados, quienes podrán posteriormente asistir a la universidad; la Realschule es para los estudiantes intermedios; y la Hauptschule tiene énfasis en la educación vocacional y está destinada a los estudiantes que no logran obtener buenos resultados en sus exámenes.

Esto no es ciencia ficción, niños de apenas doce años ya tienen perfectamente definido que no podrán aspirar a ser científicos, médicos o abogados, sino que tendrán que conformarse con ser albañiles o artesanos. Supe que la forma como esta prueba define el destino de los individuos cuando todavía son unos niños es causa de problemas recurrentes de desadaptacion y frustración.

No pretendo abrir una polémica abogando por un sistema como el de nuestro país donde, con contadas excepciones, las mejores oportunidades de educación y desarrollo están reservadas para los económicamente privilegiados. Simplemente, debemos tener claro que incluso un sistema basado en la medición científica de las habilidades y potencialidades no garantiza la satisfacción de cada individuo.

Sin embargo, Vincent no escoge destruir el sistema. Su actitud es mucho menos heroica. Se podría incluso decir que es mucho más egoísta: básicamente, quiere probarse a sí mismo que es lo suficientemente válido para hacer cualquier cosa de las que un individuo válido hace. Se podría argumentar que haciendo esto, y considerando la ayuda que obtiene de otras personas, el sistema está condenado y que implotará eventualmente. Desafortunadamente, su viaje a Titán es más bien un limitado intento de escapar de una realidad social que no le gusta. La película termina con un comentario aparentemente optimista:

“Venimos de las estrellas, eso dicen, ahora es tiempo de regresar. Si yo hubiese sido concebido hoy, no pasaría de las ocho células, y aún así, acá estoy. De alguna manera tenían razón, no tengo el corazón para este mundo. La pregunta es, ¿por qué tengo tantas dificultades para morir?”

Es poco probable que un grupo de “Gattacanos” bien entrenados admitan en su estructura a un elemento extraño, una vez descubran el fraude. Pero aún más descorazonadora es la noción de que los doctores pueden realmente tener razón y su vida puede terminar mucho antes de llegar a Titán. Entonces, si su utopía del cuerpo termina e, igualmente, la pseudo-utopía de “Gattaca”, ¿qué nos queda?

Posiblemente nada más –y nada menos- que la voluntad humana que lo llevó hasta ese lugar. No es tan mala perspectiva después de todo.

Pere Gallardo-Torrano, “The Body as Utopia: Gattaca by Andrew Niccol (1997)”, 2007

domingo, 7 de junio de 2009

¿De dónde vienen los bebés?


El 25 de julio de 2009 cumplirá 31 años de edad la inglesa Louise Joy Brown, su nombre y su rostro tal vez no nos digan mucho, pero es internacionalmente conocida como la primera “bebé probeta” del mundo. A lo largo de su vida han nacido más de un millón de niños concebidos mediante la fertilización in vitro. Lo que se consideraba antes de los años 70s un producto de la febril imaginación de los escritores de ciencia ficción es hoy prácticamente un procedimiento rutinario.

Un día después, el 26 de julio, se cumplirán 115 años del nacimiento de un escritor inglés llamado Aldous Leonard Huxley, mundialmente reconocido por su novela “Brave New World” , publicada en 1932 y traducida al español con el título “Un Mundo Feliz”.

En “Un Mundo Feliz”, Huxley anticipó una sociedad en la que el sexo es exclusivamente una actividad recreativa, absolutamente ajena a la reproducción, y donde todos los seres humanos son concebidos a través de un procedimiento artificial.

Habló primeramente, por supuesto, de su prólogo quirúrgico: «operación sufrida voluntariamente en beneficio de la sociedad, sin contar que proporciona una bonificación equivalente a seis meses de honorarios»; continuó relatando el procedimiento para conservar el ovario extirpado, vivo y en pleno desarrollo: siguió extendiéndose en consideraciones sobre el óptimo de vida en cuanto a temperatura, grado de salinidad y viscosidad del medio, y prosiguió aludiendo al licor en el que se conservan separados los óvulos maduros; llevolos luego ante las mesas de trabajo y les mostró cómo se extrae aquél de los tubos de ensayo y se echa, gota a gota, en láminas de vidrio, previamente caldeadas, para poner al microscopio; cómo se inspeccionan los óvulos contenidos en ellas con vistas a posibles anormalidades, se cuentan y se trasladan a un receptáculo poroso; cómo (y esta vez llevolos a ver la operación) se introduce éste en un caldo tibio, que contiene los espermatozoos libres —a una concentración mínima de cien mil por centímetro cúbico. Insistió—, y cómo, tras diez minutos, se saca el receptáculo del caldo y se examina su contenido nuevamente; cómo, si alguno de los óvulos queda sin fecundar, se le sumerge una segunda vez, y aun una tercera, si fuese necesario. Cómo los óvulos fecundados vuelven a las incubadoras, donde los Alfas y Betas permanecen hasta ser definitivamente envasados, mientras que los Gammas, Deltas y Epsilones se sacan a las treinta y seis horas para ser sometidos al procedimiento Bokanowsky.

—Al procedimiento Bokanowsky —repitió el Director.

Y los estudiantes subrayaron estas palabras en sus cuadernos.

—Un óvulo: un embrión: un adulto, es lo normal. Pero he aquí que el óvulo bokanowskyficado rebrota, se reproduce, se segmenta; y resultan de ocho a noventa y seis brotes, y cada uno se convertirá en un embrión perfecto, y cada embrión en un adulto de perfecta talla. Es decir, que se producen noventa y seis seres humanos de lo que antes se formaba uno. Progreso...

Aldous Huxley, “Un Mundo Feliz”, 1932 (traducción de Luys Santa Marina)

En el futuro descrito por Huxley, los bebés no sólo son concebidos en tubos de ensayo, también son gestados hasta su nacimiento en una línea de producción en serie, mediante un tecnificado proceso industrial, fuera del vientre materno. Los productos de estas enormes fábricas vienen en cinco modelos, correspondientes a las diferentes castas en las cuales está estratificada la sociedad, desde los inteligentes Alfas, responsables de las labores intelectuales y administrativas, hasta los imbéciles y enanos Epsilones, encargados de las tareas físicas más abyectas.

Las castas inferiores son producidas en masa mediante la clonación inducida por el procedimiento Bokanowsky, que no es otra cosa que la exposición controlada a condiciones extremas de radiación, temperatura y dosis casi letales de alcohol, a lo cual los embriones reaccionan reproduciéndose.

El auge de la producción en serie, especialmente intenso en los Estados Unidos de América, inspiró a Huxley esta visión de pesadilla. En la novela, Henry Ford se ha convertido en un referente paradigmático de la nueva sociedad, hasta el punto que la acción ocurre en el año 632 de la era fordiana. En 1980 hubo una adaptación de esta novela para la televisión y otra en 1998. Dicen por ahí que Ridley Scott tiene el proyecto de regresar a la ciencia ficción con una película basada en ella y protagonizada por Leonardo DiCaprio.

La técnica actual para la fertilización no es muy diferente a la descrita por Huxley. Los espermatozoides y el óvulo se incuban juntos (en una proporción de 75 mil a uno) en un medio de cultivo por unas 18 horas. En la mayoría de los casos, el huevo habrá sido fecundado para entonces.

En algunos casos particulares, como cuando el conteo de espermatozoides es bajo o éstos tienen baja movilidad, un único espermatozoide se inyecta directamente en el óvulo mediante la inyección intracitoplasmática de espermatozoides (ICSI).

El óvulo recién fecundado muestra dos pronúcleos, uno del gameto femenino y otro del gameto masculino. Cada uno de ellos contiene la mitad de la información genética requerida para fabricar una persona, codificada en un lenguaje químico cuya estructura de doble hélice fue descubierta en 1953 y medio siglo después se comienza a descifrar con la identificación y cartografía del genoma humano.

¿Antes de saber todo esto, cómo nos imaginábamos que funcionaba este asunto de la herencia?

Pitágoras en el siglo sexto A.C. fue uno de los primeros en elaborar una teoría. Según él, los machos contribuían con las características esenciales de sus hijos mientras que las hembras contribuían sólo con el sustrato material. Las ideas de Pitágoras inspiraron a Aristóteles quien desarrolló, en el siglo cuarto A.C., dos alternativas excluyentes: el Preformacionismo y la Epigénesis. Sus ideas prevalecieron hasta bien entrado el siglo diecisiete de nuestra era.

El Preformacionismo sostiene que todos los organismos fueron creados en un mismo momento, y que las generaciones sucesivas se desarrollan a partir de homúnculos, versiones en miniatura del organismo adulto que han existido desde el principio de la creación. En el caso de los humanos, los filósofos y teólogos conjeturaban que cada uno de los individuos existía como homúnculo ya sea en los testículos de Adán (espermismo) o en los ovarios de Eva (ovismo).

La Epigénesis, por el contrario, está basada en la idea de que cada embrión u organismo se produce gradualmente a partir de la materia no diferenciada mediante una serie de pasos o etapas durante las cuales se generan nuevas partes. Esta alternativa nunca gozó de evidencia experimental que la respaldara debido principalmente a la limitación de los instrumentos disponibles.

En los albores de la ciencia, la visión mecanicista de los filósofos naturales parecía contradecir la Epigénesis. Era más sencilla la idea de organismos diminutos que se expandían conforme a las leyes de la mecánica. Además, el Preformacionismo se la llevaba mejor con la teología cristiana dominante pues no suponía la generación de vida a partir de la materia inerte sin la intervención divina.

En 1677 el holandés Antoine van Leeuwenhoek descubrió los espermatozoides con la ayuda de microscopios fabricados por él mismo. También descubrió que el semen se originaba en los testículos y fue un comprometido preformacionista y espermista. Deducía de la movilidad de los espermatozoides la evidencia de vida animal y, consecuentemente, de una estructura compleja, además, en el esperma humano, la presencia del alma.

En 1694, Nicolaas Hartsoeker, también holandés y alumno de Leeuwenhoek, dibujó los espermatozoides que observaba a través del microscopio, incluyendo en su interior pequeños seres humanos acurrucados para ilustrar el postulado de la existencia de los homúnculos como parte de la teoría espermista. Estas imágenes se convirtieron en el ícono del Preformacionismo.

A principios del siglo dieciocho el filósofo francés Nicolás Malebranche elaboró la hipótesis de que cada embrión contenía minúsculos embriones en su interior y así, ad infinitum, como las muñecas Matryoshkas. “Todos los cuerpos de humanos y animales,” ya nacidos o por nacer, “fueron quizás producidos desde el momento mismo de la creación del mundo.” Su contemporáneo y coterráneo Jean Astruc sugirió una explicación para la influencia que tienen tanto la madre como el padre en las características de los hijos: El homúnculo venía en el esperma y era luego transformado cuando entraba al óvulo y durante la gestación al asimilar las características de la madre directamente del ambiente intrauterino. El Preformacionismo se había establecido como la teoría dominante.

Fue un fisiólogo alemán, Caspar Friedrich Wolff, quien se opuso a la corriente del siglo dieciocho y abogó nuevamente por la Epigénesis, más consistente con las observaciones del desarrollo embrionario entonces realizadas con instrumentos ópticos cada vez más precisos. Él propuso la existencia de una “fuerza vital” como agente del cambio, idea que fue acogida por los naturalistas que rechazaban el Preformacionismo por su asociación con la doctrina teológica.

Lo que hoy en día se nos antoja evidente pues desde la infancia aprendemos a deletrear la palabra “cromosoma”, lo heredamos de la teoría celular moderna, atribuida a los alemanes Theodor Schwann, Matthias Jakob Schleiden, y Rudolf Virchow, que desplazó al preformacionismo apenas en el siglo XIX.

Pero, ¿cómo sería nuestro mundo si los preformacionistas hubiesen tenido la razón? Esta es la premisa que explora el escritor estadounidense Ted Chiang en un cuento llamado “Setenta y dos Letras”, 2000, que fue merecedor del Premio Sidewise de la Historia Alternativa de ese año. El premio es llamado así en memoria del cuento “Sidewise in Time”, 1934, de Murray Leinster, en donde una extraña tormenta hace que porciones de la tierra cambien de lugar con sus análogas de líneas de tiempo diferentes.

En realidad, como lo expresa Chiang en las notas de su colección “Historias de tu Vida y Otras”, 2002, su idea fue desarrollar una relación que se le ocurrió entre esta teoría y la leyenda del Golem.

En el folklore judío, el Golem es un ser fabricado de materia inerte que es animado por medio de palabras mágicas o religiosas. Las palabras son escritas unas veces en su frente, otras en un trozo de pergamino con la propia sangre del propietario e introducidas luego en la boca del Golem.

Esta leyenda es conocida en el mundo occidental principalmente por la historia de un rabino de Praga en el siglo dieciséis llamado Judah Loew. Él fabricó un Golem de arcilla para defender el ghetto judío de su ciudad de ataques antisemitas, la estrategia fue efectiva y obligó al sacro emperador romano Rudolf II a capitular: los judíos dejarían de ser perseguidos y el Golem sería desactivado. Dicen que el cuerpo inanimado todavía descansa en el ático de la Antigua Nueva Sinagoga en el barrio Josefov. El acceso a este ático está restringido pero el misterio es otro atractivo turístico de la capital de la República Checa.

Las nuevas generaciones quizás recuerden el Golem de Bart Simpson en la versión diecisiete del especial de día de brujas. El Niño escribe instrucciones concretas que son obedecidas ciegamente por el gigante de barro, como lo hacen los computadores con el software que escriben los programadores.

Ted Chiang nos traslada a la Inglaterra Victoriana del siglo diecinueve. Robert Stratton, el protagonista, jugaba de niño con muñecos de arcilla, que caminaban o trotaban por el efecto de los Nombres que les eran introducidos: 72 caracteres hebreos organizados en doce filas de seis letras, escritos en un trocito de pergamino. Le gustaba experimentar qué tanto podía deformar o modificar los cuerpos de los muñecos sin que sus Nombres dejaran de funcionar.

“¿Por qué se molestan siquiera en llamarlo filosofía natural?” dijo Robert. “Simplemente que admitan que es otra lección de teología y se acabó el asunto.” Ellos dos habían comprado recientemente la Guía de la Nomenclatura para Jóvenes, en la que aprendieron que los nomencladores ya no hablaban en términos de Dios o del Nombre Divino. En cambio, la doctrina actual establecía que había un universo léxico así como uno físico, y juntar un objeto con un Nombre compatible hacía que las potencialidades latentes de ambos fueran realizadas. Tampoco había un "Nombre Verdadero” único para un objeto dado: según su forma precisa, un cuerpo podría ser compatible con varios Nombres, conocidos como su "euonyms", y a la inversa un Nombre simple podría tolerar variaciones significativas en la forma del cuerpo, como el muñeco caminador de su infancia lo había demostrado.

(...)

Robert Stratton prosiguió con el estudio de la nomenclatura en el Cambridge Trinity College. Allí él estudió textos cabalísticos escritos siglos atrás, cuando los nomencladores todavía eran llamados ba’alei shem y los autómatas eran llamados golem, textos que establecían los cimientos de la ciencia de los Nombres: Sefer Yezirah, Sodei Razayya de Eleazar de Worms, Hayyei ah-Olam ah-Ba de Abulafia. Luego estudió los tratados alquímicos que llevaron las técnicas de la manipulación alfabética a un contexto filosófico y matemático más amplio: Ars Magna de Llull, De Occulta Philosophia de Agrippa, Monas Hieroglyphica de Dee.

Aprendió que cada Nombre era una combinación de varios epítetos, cada uno designando un rasgo específico o capacidad. Los epítetos eran generados compilando todas las palabras que describían el rasgo deseado: cognados y etymons, tanto de las lenguas vivas como de las extintas. Substituyendo y permutando letras selectivamente, uno podría destilar de aquellas palabras su esencia común, que era el epíteto para aquel rasgo. En ciertos casos, los epítetos podrían ser usados como las bases para la triangulación, permitiendo encontrar epítetos para rasgos no descritos en ninguna lengua conocida. El proceso entero dependía de la intuición tanto como de las fórmulas; la capacidad de elegir las mejores permutaciones de letras era una habilidad que no se podía enseñar.

Ted Chiang, “Setenta y dos letras”, 2000

Las investigaciones de Stratton lo llevan a perfeccionar Nombres particularmente poderosos, capaces de animar autómatas equipados con manos de cinco dedos articulados y con la destreza motriz humana. Esto le valió el rechazo de la industria y la oposición de los sindicatos, pues veían en este avance una amenaza que podría dejar sin empleo a los obreros de moldeado de autómatas.

Sus logros también fueron observados por otros ojos, de filósofos naturales como él, que encontraron de crucial importancia su colaboración en un proyecto que hasta entonces habían mantenido en secreto.

Un proyecto que podría definir el destino de la humanidad.

Los tres bajaron a un sótano. Lámparas de gas en las paredes proporcionaban iluminación, revelando el tamaño considerable del sótano; en su interior había una serie de pilares de piedra que se elevaban para formar bóvedas intersectas. El largo sótano albergaba fila tras fila de firmes mesas de madera, cada una soportando un tanque del tamaño aproximado de una bañera. Los tanques eran de zinc y tenían ventanas de vidrio cilindrado en los cuatro lados, revelando su contenido como un fluido claro ligeramente amarillento.

Stratton se asomó el tanque más cercano. Había una distorsión flotando en el centro del tanque, como si parte del líquido se hubiera coagulado en una masa de jalea. Era difícil distinguir los rasgos de la masa de las sombras en el fondo del tanque, así que se movió a otro lado del tanque y se agachó para ver la masa directamente contra la llama de una lámpara de gas. Fue entonces que el coágulo reveló la figura fantasmal de un hombre, claro como la gelatina, acurrucado en posición fetal.

“Increíble,” susurró Stratton.

“Lo llamamos un megafeto,” explicó Fieldhurst.

“¿Esto fue cultivado de un espermatozoo? debe haber requerido décadas.”

“No, es más maravilloso: Hace varios años, dos naturalistas Parisinos llamados Dubuisson y Gille desarrollaron un método para inducir el crecimiento hipertrófico en un feto seminal. La infusión rápida de nutrientes permite que el feto alcance este tamaño en un par de semanas.”

Moviendo la cabeza de un lado al otro, percibió diferencias leves en el modo que la lámpara de gas era refractada, indicando los límites de los órganos internos del megafeto. “Esta criatura está... ¿viva?”

(...)

Stratton miró a su alrededor. Las filas de tanques tomaron un nuevo significado. “Entonces comprimieron los intervalos entre ‘nacimientos’ para obtener una vista preliminar de nuestro futuro genealógico.”

“Exactamente.”

“¡Audaz! ¿Y cuáles fueron los resultados?”

“Probaron con muchas especies de animal, pero nunca observaron ningún cambio de forma. Sin embargo, obtuvieron un resultado peculiar trabajando con los fetos seminales de humanos. Después de no más que cinco generaciones, los fetos machos no contenían más espermatozoos, y las hembras no contenían más óvulos. La línea terminaba en una generación estéril.”

Ted Chiang, “Setenta y dos letras”, 2000

Científicos de la Académie francesa lo habían descubierto y sus colegas ingleses de la Royal Society lo habían confirmado: la especie humana tenía el potencial para existir por sólo un número fijo de generaciones, y se encontraban apenas a cinco generaciones de la última de ellas.

“...La respuesta es un óvulo no fertilizado. El óvulo contiene el principio vital que anima a la criatura a la que desarrolla, pero él mismo no tiene forma alguna en sí mismo. Generalmente, el óvulo incorpora la forma del feto comprimido dentro del espermatozoo que lo fertiliza. El siguiente paso era obvio.” Aquí Ashbourne esperó, mirando a Stratton con expectativa.

Stratton estaba perdido. Ashbourne pareció decepcionado, y continuó. “El siguiente paso era inducir artificialmente el crecimiento de un embrión a partir de un óvulo, por la aplicación de un Nombre.”

(...)

“El Nombre no es realmente introducido, sino impreso por medio de una aguja especialmente fabricada.” Ashbourne abrió un gabinete sobre la mesa de trabajo entre dos de las estaciones de microscopios. Era un estante de madera lleno de pequeños instrumentos arreglados en parejas. Cada uno tenía en la punta una aguja de cristal larga; en algunos pares eran casi tan gruesas como agujas de tejer, en otros tan delgadas como una hipodérmica. Retiró una del par más grande y se lo dio a examinar a Stratton. La aguja de cristal no era totalmente transparente, parecía contener alguna clase de núcleo moteado.

Ashbourne explicó. “Aunque parezca alguna clase de instrumento médico, es en realidad un vehículo para un Nombre, como lo es el más convencional trozo de pergamino. Bueno, requiere mucho más esfuerzo que llevar la pluma al pergamino. Para crear tal aguja, hay que organizar primero hilos finos del cristal negro dentro de un haz de hilos de cristal transparentes de modo que el Nombre sea legible cuando son vistos frontalmente. Los hilos son fundidos entonces en una vara sólida, y de la vara se saca un hilo aún más delgado. Un cristalero experto puede retener cada detalle del Nombre sin importar cuan delgado haga el hilo. Finalmente uno obtiene una aguja que contiene el nombre en su corte transversal.”

Ted Chiang, “Setenta y dos letras”, 2000

Robert Stratton era un experto en nomenclatura, por eso se le requería para desarrollar la solución: encontrar un Nombre, un euonym para la especie humana. De esta manera, sería posible la fertilización artificial con una fina aguja construida con una técnica semejante al arte de los fabricantes de murrinas en Murano.

Entre tanto, en un universo paralelo habría que esperar todavía un siglo a que la ciencia encontrase la manera de superar la esterilidad mediante la inyección intracitoplasmátia de espermatozoides.